Hijos de papi

     Una de las mayores preocupaciones de un padre es otorgarle libertad a su hijo, a causa del temor de que algo malo le pueda suceder. Éste miedo se debe a la desconfianza del padre hacia el hijo, de que no ponga en práctica todo lo que él le ha enseñado. O peor aún, que no le sean suficientes los conocimientos, valores morales y comportamientos inculcados. Experimenta un miedo a la libertad que adquiere su hijo.  Ante ello, la reacción más común es sobreprotegerlo. Pero ¿qué pasa? Le otorga un mínimo nivel de discreción; no le permite hacer el esfuerzo por razonar y tomar decisiones deliberadamente. ¿Y luego? El resultado es que este se enajena de sus responsabilidades, no madura y generalmente causa problemas sin estar consciente de sus responsabilidades, porque sabe que su padre los resolverá como siempre.

     Ahora bien, dejando por un lado ésta charla paternal, he decidido asimilarlo con nuestra sociedad, porque somos hijos de un padre sobre protector, que se ha encargado de decirnos qué hacer, cómo, sin decirnos por qué, ni para qué. Y peor aún, un padre que no nos ha educado con los fundamentos necesarios para ser libres. Éste padre es el estado. Un padre que teme darnos la libertad necesaria y se ha involucrado en todas las facetas de nuestra vida. Es entendible, pues desconfía de nuestra capacidad de lidiar con tanta discreción.

     De tanto sobre protegernos nos ha hecho daño. Primero, porque no sabemos lo que implica ser libres y responsables de nuestras acciones y ha intentado solucionar todos nuestros problemas (de manera deficiente). Segundo, porque no nos ha permitido desarrollar un criterio propio y nos ha vuelto conformistas, seguidores de lo que nos diga que debemos hacer, despreocupados y poco consecuencialistas. Y tercero, ha intentado imponernos la libertad, en vez de sembrarla en nosotros y enseñarnos a preservarla.

     Hoy día vemos las consecuencias. Miento, ayer también las vimos, anteayer no se diga y de seguro, también las veremos en el futuro. Eso no cambiará si continuamos creyendo que nuestro papá tiene que solucionar nuestros problemas; si creemos que nuestro próximo presidente es la solución y él es el responsable y encargado de resolverlo todo; si continuamos alienándonos de nuestros problemas y no nos esforzamos por solucionarlos; si continuamos creyendo que las mismas acciones generan resultados diferentes.

    Debo admitir que éstas pesimistas palabras han sido fuertemente influenciadas por pensadores como Alexis de Tocqueville y James F. Cooper. Demócratas de corazón, pero conscientes del peligro de que ésta igualdad política se confundiera con la igualdad económica. Y, que condujera a que las masas nos dominaran y nos hicieran creer que el conformismo y la enajenación son buenos, porque sobresalir era ser desiguales, y la desigualdad era el peor de todos los males. Ante éste peligro, ambos propusieron una virtud cívica, la cual requería una constante participación en el gobierno, interés por su buen funcionamiento y por supuesto, actuar con moralidad.

    Comparto su sentimiento. Nuestra democracia no está perdida, pero depende de nuestro interés y criterio basado en la razón y la moral, para que sea funcional. Dejemos de creer que la responsabilidad es solamente de nuestro viejo (el estado), y dispongámonos a resolver nuestros problemas y actuemos. No esperemos ser libres, si no estamos conscientes de lo que es ser libres. No esperemos ser buenos padres, si no somos buenos hijos.

Diego Monterroso

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