Desde los comienzos de las religiones monoteístas con dioses únicamente masculinos se le ha inculcado a la población una moral que subordina a la mujer al hombre. En la religión católica se afirma que “ella” es un subproducto de un ser divino: el varón. Pues fue, según el relato bíblico, Dios todopoderoso que nunca se equivoca quien olvidó crear una pareja al hombre para su reproducción por lo que lo durmió y lo hizo parir (de una costilla) a la mujer. Descender del hombre fue entonces interpretado como ser de su propiedad y por lo tanto debía serle sumisa y obediente. Es así como las sociedades de religión católica, que en este aspecto no tiene nada que envidiarle a la judía e islámica, perciben a la mujer como un ser inferior.
Esa fue la base de una estructura política, social y económica supuestamente inquebrantable en la que las mujeres no eran dueñas de su propio cuerpo, casarse no era cuestionable y sus expectativas eran reducidas a parir hijos y cuidar de la casa.
El ocho de marzo no es un día para celebrar, sino para reflexionar sobre el rol que ejercía la mujer en el pasado y el que actualmente ejerce. Así como conmemorar el empoderamiento a través de movilizaciones y manifestaciones de mujeres comunes alrededor del mundo para reclamar igualdad. Movilizaciones que han provocado cambios sociales profundos y que han transformado la historia.
En estos más de cien años de lucha ya se logró el voto, igualdad en salarios, inclusión en diversos ámbitos antes exclusivamente para hombres, alfabetización y la posibilidad de elegir si y cuando tener hijos.
Pero aun hoy siglo XXI, existen países donde la educación machista está muy arraigada dentro de las cabezas de los pobladores. Mencionar palabras como revolución, aborto o feminismo les provoca ansiedad ya que estas son percibidas como una amenaza a sus estructuras mentales tiesas. Jueces, sacerdotes, machos y conservadores satanizan el aborto y la ropa ajustada no precisamente por sed de justicia, sino por miedo. Miedo a la revolución en el comportamiento femenino que trae consigo y por tanto, a la dislocación social y económica que sufre el sistema desde que las mujeres comienzan a independizarse y ganar control sobre sus vidas. Un poder que desata la posibilidad de terminar con un matrimonio, una relación o un embarazo no deseado. Impedir nuestro derecho a decidir sin la imposición de un padre, un novio, un esposo o un sacerdote es una forma de mantenernos en nuestro rol tradicional y así poder dormir tranquilos.
En consecuencia, muchos se lanzan hacia las falacias y el absurdo para defender un status quo evidentemente insostenible. Haciendo mención de términos como feminazi, huecas, putas, resentidas, pecadoras, etc. En pocas palabras, un sincretismo cultural y religioso que se niega a aceptar el cambio.
Yo personalmente no creo en el ser mujer y el ser hombre como dos paquetes de comportamiento y necesidades bien marcadas que se deben imponer en base a tus genitales. Existen hombres maravillosos, tan maravillosos como cualquier mujer. Mujeres fuertes, tan fuertes como cualquier hombre. Padres solteros, gran diversidad de orientaciones sexuales, individuos que no se identifican por completo con un género en específico. Por eso y mucho más yo creo en el sujeto, separado de tales imposiciones. Debemos continuar tocando este tema hasta que se concientice que nadie es ni más, ni menos.
Sin embargo, en la sociedad el “ser mujer” ha significado estar expuestas a todo tipo de violencia e injusticias inaceptables.
Como integrantes de un país con estado laico debemos de velar, por ejemplo, por los derechos de todos los humanos que se identifican como mujeres. Sin distinción de edad, cultura, oficio o género biológico. Así como proponer avances como la libertad de llevar control de la natalidad, brindando un abanico más amplio de modelos de vida y de posibilidades.
Guatemala es un país donde decenas de mujeres son abusadas sexualmente todos los días o salen de su casa y no regresan. Estudiantes, vendedoras, empleadas domésticas, prostitutas, meseras y secretarias trabajan duro y no llegan al salario mínimo. Emigran y son obligadas a dar su cuerpo a los coyotes a cambio de la posibilidad de una vida mejor. Hombres escusados porque o la falda muy corta o el escote muy largo. Donde casi un tercio de nosotras vive violencia de parte de nuestro padre o esposo alcoholizados. Un país en el que ser mujer significa tener altas probabilidades de tener un hijo antes de llegar a la mayoría de edad, de vivir con miedo, de tener un bajo nivel de escolaridad, de estar expuestas constantemente al acoso callejero, de no tener una representación política real, de ser obligadas a poner en riesgo nuestras propias vidas al asistir a lugares clandestinos con condiciones insalubres por algo que el estado debería de garantizar.
Busquemos cambios en el sistema educativo, busquemos la reconfiguración del mapa mental colectivo que asigna a las mujeres un lugar inferior. Creo que como seres humanos pertenecientes a una sociedad tenemos la obligación de vivir en indignación permanente. Porque solo los inconformes han sido capaces de transformar.
La creencia en que el cambio es posible es más poderosa de lo que imaginamos. Insistamos en la posibilidad y convirtamos nuestro descontento en acciones tangibles. Porque contemplar lo que sucede con brazos cruzados también es complicidad.
¡La lucha continúa!
Invitada especial: María André Figueroa
Imagen extraída de: http://www.sct.gob.mx/igualdad/que-es-la-perspectiva-de-genero/