Me llamaban poeta y entre las preguntas que me hacían, siempre figuraba: ¿y qué es la poesía? Y yo siempre pensaba: una mujer.
Cuánto tiempo nos tomó entender que este mundo también es de la mujer. Cuántos años privadas de vivir, de tener los mismos derechos que un hombre. Fue hasta hace poco que las notamos, que las volvimos parte de nuestro día a día. Un centenario, no, menos. Fue primero la exigencia de igualdad, luego el derecho a sufragio, luego la educación. No se pusieron freno y por eso es que ahora son libres. Libres de escoger su futuro, de amar a quien deseen y no a quien las desee, de votar y estudiar y emitir pensamiento.
La pregunta es: ¿será suficiente un día? Un día, no más, para aquellas que pelearon el derecho al voto. Un día para las que exigieron camino a Versalles libertad, igualdad y fraternidad. Un día, no más, para las que se pusieron los pantalones -y corbata y saco- exigiendo, atrevidamente, igualdad de derechos y obligaciones. Un día para las que sostuvieron las economías mundiales en tiempos de guerra. Un día para las que se quedaron sentadas cuando su madre les dijo: sos la mujercita, cocínale a tu hermano. O para las que prendieron un cigarrillo y se tomaron una cerveza sin prudencia alguna, porque la igualdad se sirve en platos de distintos sabores. Un solo día para las que aman ser madres y para las que aman no serlo. Para las que se dejan el pelo corto y para las que se lo dejan largo; para las que no son ni liso, ni colocho. O para las que fueron padre y madre por algún cobarde. ¡Qué tal!
¡Pues no! Y por eso yo las celebro a diario. A aquellos seres tan tersos, tan complejos y aventureros. Mujeres libres, fuertes, capaces de sentir lo inigualable. Mujeres luchadoras, deseosas de aventura. Aplausos para la que ama cocinar, aplausos para la que quema hasta el agua.
Todas son poesía, mujeres de oro. Todas empiezan con la mirada exacta, la mirada precisa. Todas pronuncian las palabras adecuadas para el instante perfecto. Todas se visten de plata y mueven las caderas coquetas, todas vuelven el paso por la vida más sencillo, todo lo alumbran, todo lo pueden.
Soportan lo insoportable, ignoran al necio cuando las compara a su deseo. Lloran en silencio si les duele, luchan por su vida. Muchas abandonadas, maltratadas -psicológica y físicamente hablando-, pero siempre dignas, siempre con la frente en alto.
Son el verso adecuado, la fuerza cuando el mundo es débil, los ojos de quien les logra ver el alma. El principio de la vida y el final de los placeres, mujeres, aquellos preciosos seres.
¿Un día, no más?
Invitada especial: María Eugenia Cruz
Imagen: Jorge Cordón