La poesía entra un día en silencio, se pasea por tus recuerdos, aflora a los sentimientos y de repente, te ves envuelto en un juego de palabras. Los días antes de la poesía son inhumanos. El decoro y la belleza de la simplicidad vienen después, adornados de palabras que hacen que la piel se erice, que las lágrimas caigan o las risas resuenen.
Es de saber que no se trata de lo que dices, sino de cómo lo dices y en el cómo está el arte. Los que bailan tienen a los pies, los que tocan instrumentos a las manos y los que escriben a las palabras, exquisitas palabras inexperimentadas que quieren ser rima.
En este día el amor se derrite en las manos de alguno, la muerte se hace vida en la cabeza de otro, el abandono se vuelve cariño y todo eso con tan solo un lápiz de punto fino.
La poesía moderna tiene un reto con la antigua. Que cautiva a quien la lee por su métrica concisa y una rima que deleita. Aquella que tenía como herramientas principales a las cartas y las guerras, a lo prohibido y lo deseable. Aquella que escondía entre sus versos lo que su autor sentía. Nuestra poesía ahora es diferente. Al miedo lo dejamos en la esquina del siglo pasado, a las ideologías las mezclamos, ya nadie muere por nada. ¿Cómo hacer, entonces, para erizar a la piel? Cómo escribimos de la pasión, cómo volver de lo moderno -con su impaciencia- algo romántico. Qué vamos a hacer para ser libres, no tener miedo y escribir buena poesía. ¡El lenguaje nos dirá! Mientras tanto, sigamos plantando a la poesía en todo el mundo. Más vale morir soñando.
Para terminar, un poema propio.
Al nivel del mar encontré a mi asesino, estaba sentado, al borde de un abismo de tristezas irremediables. Esperó a que me acercara, un ser abigarrado de no tan buenas intenciones, algunas inmencionables.
Ajado, agostado, marchito, pero dulce como el néctar de frutos rojos. Me conquistó con sus ojos, seguro fueron sus ojos.
Con sus labios logró domar a la musa que dormía en mi interior, fue aún mejor, el circunspecto se robó a mi fatuo corazón.
Toqué su mano, no fue algo solo epitelial, mi asesino acababa de convertirse en mi nuevo mal.
Y aun cuando nuestro amor había nacido marcesible, la flor quiso permanecer intacta. En nuestro amor se hace como se pacta.
Al nivel del mar encontré a mi asesino, fueron sus ojos, era mi destino.
Maria Eugenia Cruz
Fotografía: Rodrigo Jo