Un “Jimmy” que no sea Jimmy

Las elecciones de 2015 rompieron con todas las tendencias electorales de la vida democrática en Guatemala. Jimmy Morales fue electo habiendo superado el reto de competir contra el segundo lugar de las elecciones anteriores y sin haber incurrido a los mismos gastos que sus contendientes, entre otras tendencias que rompió su elección. ¿Cómo hicimos para que alguien inexperto y ajeno al arte del ejercicio del poder llegara a ocupar la máxima magistratura?

Desde el despertar en la Plaza unos meses antes de las elecciones, se avecinaba un cambio radical en la política guatemalteca. El rechazo a la política tradicional y a todas sus caras abrió espacio para que el outsider se colara en la competencia sin saber bien por qué estaba compitiendo. Parecido a cuando en un partido de fútbol se lesiona el jugador titular y el director técnico voltea a la banca y señala al joven recién ascendido al primer equipo diciendo: “tú, el nuevo, te toca jugar” mientras este se queda estupefacto con un signo de interrogación en la cara pensando: “yo planeaba jugar hasta el año que viene, con suerte”.

Jimmy no entró a la competencia electoral porque sabía que la demanda de la gente se iba a modificar hacia una nueva clase política. Decidió postularse para tener chance de aspirar a la presidencia unas tres o cuatro elecciones después de la de 2015. Probablemente ni siquiera hubiese llegado a la siguiente, pues su fuerza como candidato era tan débil que el umbral electoral habría acabado con esa aspiración como hizo con otros partidos políticos emergentes.

El “fenómeno Jimmy Morales” no es producto de un cambio en el sistema electoral guatemalteco, sino de uno de sus elementos: el comportamiento del votante. La fórmula electoral, las reglas de registro y el tamaño de los distritos electorales se mantuvieron intactos. Todo el diseño institucional del que se tiene control a través de la ley sigue inalterado. Fue la gente que prefirió comportarse distinto para hacer un cambio.

La ciudadanía buscaba algo nuevo, y lo único nuevo dentro del abanico de opciones era el ex comediante y actor. La gente votó al outsider que había, no al que mejor convenía. Esto es culpa de una sola cosa: las reglas de registro.

Como el TSE requiere una serie de requisitos estrictos para formar un partido político, cuando explotó la crisis nadie pudo conformar un nuevo partido político que se ajustara a la demanda de la ciudadanía. La ola de cambio no esperó cuatro años más para que la oferta se ajustara, sino que se pasó llevando al que casualmente tenía las características que llenaban el perfil deseado.

¿Cómo hacer que el mercado político pueda ajustarse y autorregularse dejando a la gente elegir realmente? Un primer paso es liberalizar el registro, cosa que implicaría eliminar cualquier barrera de entrada y descartelizar el sistema de partidos. Dejemos que la gente pueda elegir dentro de un mercado político diverso para que puedan quedar más outsiders que no necesariamente sean comediantes inexpertos.

El miedo de mucha gente es que proliferen demasiados partidos (algunos incluso sin sentido). Esto se resuelve de dos maneras: o con un umbral alto (5% u 8%) o sin el umbral pero aplicando una fórmula mayoritaria para que se regule la cantidad de partidos naturalmente.

El punto es permitir un libre intercambio de partidos políticos que pueda ajustarse en los momentos más duros de la política, para que la gente en medio de la euforia pueda tener más de una opción para satisfacer sus deseos. El punto es que puedan quedar más “Jimmys” que no sean Jimmy.

Edgar Gutierrez

Imagen extraída de: http://www.scoopnest.com/es/user/Diario_ElDia/657918908507279360

columna jimmy edgar

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