Se abren las horas
y los pies se empiezan a mover.
Y al empezar siempre está ahí:
Mi café de las mañanas.
Qué tendrás tú que no tiene nadie más
que cuando tus manos me calman,
mi sonrisa llora.
Quién te habrá hecho así
tan casuística e ilimitada.
Quién te prestó las soluciones para todos mis problemas.
Cómo aprendiste que la perfección no se ve,
ni se alcanza.
Que la vida sin paciencia no avanza.
Benditas manos.
Bendita rosa.
Mi cielo, mi prosa.
Quién te enseñó a ser la calma que me falta,
la alegría que me sobra.
Qué le echas al café de las mañanas,
para mantenerte así de hermosa.
Eugenia Cruz