Mi hermano me cuida desde que soy pequeñita. Pero su paciencia es corta y testaruda. Siempre recuerda aquellos días de asistencia constante, pañales, biberones, pachas y canciones. Hasta los atesora.

Llegaría aquel momento en el que mis ojos conciliarían el sueño y entonces, estando en la cuna, me vería y se le perdería el alma en mi mirada. Torcería un poco la cabeza, inclinándola hacia uno de sus hombros y acercando su mano a mi mejilla diría: así es como más me gustas.

Hace mucho tiempo ya que mi hermano empezó a perder la cordura. Cada día su paciencia se acorta y su carácter se vuelve más tosco. Si hablo no puede soportarlo y entonces me grita que deje de hablar, que ya no aguanta mis incoherencias. Si me río llora y entre llantos, con una voz quedita, dice que la felicidad no existe. Mi madre ya no puede soportarlo, le pregunta cuándo empezó a odiarme tanto, le pregunta que fue lo que cambió. Él solo la ve a los ojos, lágrimas corren por sus labios hasta el cuello. Le dice que no me odia, que solo se siente extraño.
Mi hermano se toma las pastillas como debe hacerlo todos los días, pero ya nada puede controlarlo. El trastorno bipolar lo deja cada día con menos energía. La Doctora me dice que no es que me odie, es que le da miedo perderme pero yo no entiendo.
Un día todo se salió de control y entre gritos y golpes mi hermano se fue corriendo de la casa hacia el garaje. Encendió el carro, lloró un rato en el tablero y luego abrió el portón de la casa. Salió rapidísimo pero algo lo frenó, le había pasado encima a algo, sería una pelota o algún juguete de los vecinos, siempre lo dejaban todo regado al frente de nuestra casa. Puso el carro en retroceso para parquearse de nuevo y devolver el juguete roto, le volvió a pasar encima. Fue entonces cuando lo notó, era yo en el piso moribunda. Salió del carro muy tranquilo y se hincó al lado de mi cuerpo golpeado, me tomó entre sus manos y recostó mi cabeza en sus rodillas. Una pequeña lágrima salió de sus ojos, luego de eso, deje de respirar. Entonces el llanto se hizo más fuerte y acercándose a mis oídos, inclinando su cabeza hacia uno de sus hombros y acercando su mano a mi mejilla dijo: así es como más me gustas.
Hace dos meses ya que ni mi hermano ni yo volvemos a la casa.
Eugenia Cruz
Fotografía: Jorge Cordón

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