¡Silencio! No escuchaba más que ello. Ese era otro sonido, sin el que no habrían otros; en ese ese momento lo descubrí. Como olvidarlo, tan ensordecedor en mis oídos.

¡El tiempo! Esa fuerza que nos empuja sin perdón hacia mañana. En ese instante era tan insignificante, no existía, ni transcurría.

Todos estaban, todos actuaban, yo no. Estabas tú, tú actuabas, yo no. La naturaleza continuaba, la gente caminaba, las nubes se movían y el aire, nos acariciaba. Pero para mí, todo detenido: el tiempo, el sonido, la vida, la acción; me permitían prestar atención a lo único que quería.

No pretendo caer en el egocentrismo de decir que todo el mundo se detuvo cuando te vi. Todo no, todo el mío sí.

Es ésta, no hay otra. ¡Le tenés que hablar! me dijo esa voz interna y además, inoportuna. Sabía mejor que yo lo que quería y lo que tenía que hacer y aunque yo frenara mis impulsos y deseos originales, no por miedo, sino por temor a una reacción no deseada, lo haría.

Te hablé y a tu respuesta descubrí uno de tus misterio, tu voz. Cuánto tiempo pensando cómo sería. Ahora lo sabía. De la conversación ni hablar, una mezcla de adrenalina y de distracción, ante el espectáculo de tus ojos, no me dejaron pensar en nada más. Hasta que con una risa ingenua nos dijimos adiós.

El sonido regresó. Los carros, un avión, otras voces me hicieron reaccionar. El tiempo no me dio más permiso y continuó normal, segundo tras segundo, sin perdonar. Todos se movían, yo me movía.

No entiendo cómo sucedió. De dónde esa conspiración del tiempo y del espacio. No lo sé, pero algo puedo afirmar y es que luego de ello, no te he dejado de pensar. Has estado conmigo, más después que durante.

Diego Monterroso

 

Foto extraída de: just7up.tumblr.com