Existe algo en común entre la política y la religión, por un lado la política busca unificar a su pueblo y mantener el bien común de sus asociados y por otro lado la religión busca unificar a su gente –siendo todos los hombres del mundo hermanos- y alcanzar la paz entera y eternamente. Dawson hace un arduo esfuerzo por comparar a las ideologías políticas con la religión, por otro lado, también afirma que occidente tiene su columna vertebral construida sobre la base de la religión. A este punto, quisiera mencionar un fenómeno que persigue de alguna forma a la razón y se aparta de la religión, esto es el fenómeno de la secularización, que es la sustitución de la religión natural por unas religiones producto del a razón, que sustituyen al cristianismo como fenómeno cultural. En la secularización se da el quiebre entre los asuntos del mundo sobre humano y el mundo natural. La secularización tiene una profunda relación con las ideas revolucionarias, cimentadas en las ideas liberales y los ideales de la ilustración: luz, libertad, tolerancia, razón. Es así como en la revolución francesa “el gobierno no se está midiendo con la oposición de un partido, sino con un inmenso movimiento religioso. Como se ve en los escritos de Paine y Franklin, se trata de una verdadera religión, con un cuerpo definido de dogmas, la cual, no obstante su simplicidad, aspira a ocupar el lugar del cristianismo como credo de la nueva época”.[1]
Me dedicaré a hablar de la importancia del lenguaje en estos cambios culturales. Con esto me refiero a que para que existan estos cambios drásticos en la sociedad, estás ideas políticas y religiosas necesitan de una persona, un líder, un jefe, un dirigente que guíe a una masa de personas dispuestas a seguirlo por estar convencidas de las ideas que profesa. ¿Qué hubiera sido de la religión sin los 12 apósteles? ¿qué hubiera sido del cristianismo sin las cruzadas? Por otro lado, ¿qué hubiera sido de Hitler sin la idea del súper hombre de Friedrich Nietzsche? De la misma forma, ¿qué hubiera sido de la revolución sin Robespierre? Si bien es cierto que a la larga se convirtió en un líder del terror, fue igual un líder que las masas necesitaban.
Siempre tenemos ídolos, personas dignas de admirar que logran convencernos con una idea. Personas que en tiempos de antaño tenían el don de la escritura, con un solo texto podrían convencer a muchos individuos. O el don de la oratoria, como Cicerón en la antigua Roma. Personas que en nuestros tiempos son bien plantadas, a veces serias, a veces versátiles. Tocadas por la mano de Dios. Es en este punto donde recae la importancia del lenguaje. Al final del día, qué importa que alguien tiene una buena idea capaz de salvar al mundo junto a las personas que lo conforman si no existe otra persona que al lado de la primera, pueda difundir las buenas ideas y hacer de ellas un bien común para quienes las necesitan.
Cuando el cristianismo puso los pies en el mundo, habían muchas personas heridas. Muchas personas que necesitaban sentirse mejor, pensar que su lucha en la tierra algún día daría frutos. Cuando las ideas revolucionarias empezaron a caminar por las calles de Francia, las personas necesitaban esperanza, convertirse en algo más que un ciudadano no digno. Es así como “lo que al Revolución exige es una nueva religión de espíritu totalitario, cuya tarea fundamental, por delante de cualquier otra, sea el servicio del Estado”.[2] En la misma línea de ideas sobre el lenguaje, en el caso de Francia surgen “clubes” que van a ser de hecho, los templos. “Estos clubes son al mismo tiempo sociedades de propaganda y sociedades para la acción. Constituyen una jerarquía regular que transmite al pueblo la doctrina y mandatos de las autoridades revolucionarias”.[3] Es aquí donde Dawson me recuerda la importancia del lenguaje para un movimiento tan masivo como la Revolución, cuando cita a un escritor Jacobino preguntándose cosas como: ¿Cómo se estableció la religión cristiana? Por las misiones del evangelio. ¿Cómo podremos nosotros establecer sólidamente la constitución? Con las misiones de los apóstoles de la libertad y la igualdad. “Bastaría con enviar un patriota instruido y celoso, con un reglamento que podría adaptar a cada lugar, la declaración de derechos, la constitución… un buen escrito contra el fanatismo…, un buen periódico y un buen modelo de pica”.[4] Lo cierto es que cada idea nueva necesita un difusor, alguien que la lleve volando de un lado a otro, alguien que la plante en la cabeza de muchas personas para que su semilla pueda ser utilizada.
Vamos a llevar esto a la actualidad en lo que sería la masificación de las ideas a través de las redes sociales. A principios del siglo XXI a todos nos llega un visitante a la casa, de la mano de la tecnología nos toca las puertas y es así como, al abrirlas, nos topamos con las redes sociales. Hoy en día nos vemos rodeados de ideas flotantes en todos lados y seguimos a líderes de distintos tipos, en el mundo “…hay cristianos y racionalistas, liberales y conservadores, socialistas e individualistas, nacionalistas e internacionalistas. Divisiones y conflictos ideológicos…”.[5] Realmente, vivimos en un mundo lleno de ideas de distintos tipos, ideas toleradas por muchos y discutidas únicamente por algunos.
Al final, este ensayo solo insta a los fieles creyentes de una religión, de una ideología o de un sentimiento a difundirlo. Pues las ideas por sí solas no son nada, no son nadie. Deben personificarse y envolver a los demás con su carisma, con su talento. Demostrar, como cualquier ser humano, que valen la pena. Que plantarlas en el corazón de los demás surtirá algún día frutos. Una idea debe ser coqueta y entrometida, debe conquistar a su adversario y por eso es tan importante que se transmita de la forma adecuada, que use un lenguaje claro y conciso, sin ser pedante y hostil. Sin decirle a las masas que si no creen en ella son tontas, sino más bien hacerles creer que sin ellas no son nada. Tener una idea es tener un talento, pero ser talentoso por sí solo, no significa nada.
Eugenia Cruz.
[1] DAWSON, C., Los Dioses de la Revolución, Madrid, 2015, p. 96.
[2] DAWSON, C., Op. Cit., P. 107.
[3] Ibíd., p. 112.
[4] Ibíd., p. 113.
[5] Ibíd., p. 208.