Hoy me desperté a las cinco treinta de la mañana, porque quería, no porque me obligaron. Me vestí con una camisa y pantalón comprados a mi gusto. Hace mucho ya, que el régimen no me da, ni me dice qué ponerme.
Desayuné dulce y salado; no lo mismo de ayer, como solía hacerlo con unos pocos ingredientes. Escuché la radio, con las canciones que me gustan y cambié varias veces, sin tener que escuchar la radio del Partido Único. Fui a estudiar lo que me gusta, no lo que el régimen consideraba útil.
En las aulas hablé. Tuve voz y dije lo que quería y pensaba, sin temor. Hace mucho ya, que no te esperan a la salida, para asesinarte por tus ideales contrarios al orden establecido.
Estudiando escuché la música que quería, por más diversa y rara que fuera. Ya no hay artistas restringidos, ni libros prohibidos.
¿A dónde quiero ir? me pregunté de salida; en vez de a dónde debo ir. Se me antojó una comida, la compré. Rica, dulce y fresca; se me olvidaba que antes la comida no era un gusto, sino una necesidad.
Pronto trabajaré y me esforzaré por construir mi riqueza. No debo mantener más a un régimen totalitario. Me he sentado a escribir esto y he retratado un pensamiento propio, no impuesto por la fuerza. Me dormiré a la hora que quiera y no habrá quién me diga cómo, ni cuánto debo hacerlo.
Soñaré, con la misma y con la única libertad que antes tenía.
Relato esto, asumiendo que ya he vivido bajo un régimen totalitario. No podría quizás notar lo buena o malo de mi vida, sin compararla con otra, en la que la libertad es una ficción. Y me he dado cuenta de lo trascendental que es tener la capacidad de decidir, de elegir, de hacer y de deshacer.
Puedo. Ese es el verbo que me faculta a desarrollarme acorde a mis creencias. Puedo.
Diego Monterroso