Danilo Carías
Guatemala es el país de las eternas filas en la realización de trámites en el ámbito público. Para desempeñar lícitamente cualquier actividad comercial o de prestación de servicios hay que atravesar montes, ríos y mares. Con algunas honrosas excepciones, en las instituciones públicas prevalece un rezago en la celeridad de realización de gestiones, hay escasa innovación tecnológica y las piedras de tropiezo para materializar las operaciones están por doquier. Muchos de los obstáculos son legales, estos permiten que los burócratas concentren poder y que puedan influir a favor de quienes quieren conservar su status quo, su posición hegemónica en determinados mercados. Los ladrillos están dispersos en la normativa, y los burócratas se encargan de construir verdaderos muros.
Pues un muro de tamaño colosal es el que ha encontrado Don Mario, un pequeño empresario guatemalteco que ha luchado para derribar las barreras que pone la burocracia chapina. Don Mario llegó a Ciudad de Guatemala muy joven, siendo aún un adolescente, contrajo matrimonio y procreó tres hijos, alquilaba una casa en la zona 19 y llevaba una vida modesta. Cuando tenía 20 años fue contratado como piloto de un bus escolar de uno de los principales colegios de la capital; a base de mucho esfuerzo y dedicación logró comprar su primer bus. Hoy es el jefe de transporte del colegio, durante las últimas dos décadas ha construido una empresa de transporte que cuenta con más de una docena de unidades, brinda empleo directo a 22 personas y beneficia a casi un centenar de forma indirecta.
Trabajar legalmente en ese país cuesta usted, dice con un tono de lamento, abrir una empresa es una caminata cuesta arriba, pareciera que el objetivo de la gente que trabaja allí es impedir que uno se registre y tenga todo en orden. Pero con eso apenas se comienza, cuando uno ya está operando cuesta también… nada más mire esa gente de la DGT, yo tengo todo en orden, mis buses tienen seguro, mis pilotos licencia, pago impuestos y capacito a los muchachos; el camino es eterno, siempre me ponen peros, arreglo las cosas y al final me dicen que no sin justificación; ellos no autorizan que circule en aquellas rutas, de plano protegen a los extraurbanos… para que uno no les haga la competencia con un mejor servicio…
De la realidad de Don Mario, podemos obtener tres reflexiones, la primera en torno a la conceptualización errada de las rutas como pequeños monopolios naturales y a permitir que los operadores precedentes se puedan oponer, verdaderos incentivos perversos que deberían desaparecer; la segunda, sobre cómo el poder que concentran los burócratas en torno a la autorización de la actividad comercial… corrompe; ponen trabas y trabas con tal de impedir que nuevos competidores entren al mercado. Los niveles de discrecionalidad burocrática en nuestros países alcanzan niveles estratosféricos, se rechazan las solicitudes de autorización y se acorrala a los empresarios para que operen fuera del marco de la legalidad corrompiendo a las autoridades que posteriormente ejercerán control.
Y la tercera, sobre cómo se beneficiaría la sociedad en su conjunto de la reducción de las barreras a la actividad empresarial en Guatemala, ingresaría al mundo de la legalidad buena parte de los emprendedores que operan en la informalidad, se aumentaría la recaudación fiscal, se disminuirían la cantidad de burócratas y los niveles de discrecionalidad, y se acabaría con esos focos de privilegios que protegen al status quo por todas partes.
Es por ello que los procesos y trámites deben simplificarse hasta la última expresión, para reducir los costos de transacción y el nivel de discrecionalidad, para que les sea difícil a los trabajadores públicos proteger a los empresarios que no quieren competir. Mientras menos materia tengan a su cargo, menos serán los incentivos perversos de la burocracia que desembocan en los focos de corrupción que permiten que unos se hagan ricos a costa de otros. Al final del día, el mayor beneficiario sería el consumidor, producto de la maravilla de la competencia en el mercado libre. Dejemos que emprendedores como Don Mario compitan, generen riqueza y brinden empleo. Acabemos con la potestad burocrática de meter zancadilla.