La poeta

Diego de Leon

Me acuerdo algún día el haber conocido
a la mujer de la iris de luna.
Aquella que solo menguaba cuando sus ojos lloraban.

Recuerdo sus labios, color tinta escarlata,
Besarme en mis sordos oídos.
Oír sus luctuosos relatos de amantes cayendo al olvido.

Con tenues caricias escribió en mis sueños
Cuentos de férvidas noches.
Su negro cabello abismal, solía arropar su desnudez.

Su espalda blanca no era más que un diurno
Cielo de pecas y estrellas.
Solía servirme de mapa hacia el portal de su alma.

Recuerdo observarla inquieta, colgando
En las orillas de mi mente.
Jugaba de noche sonriente, coqueteándole a la muerte.

Amarla fue un bello poema, de esos escritos
A medio acabar.
Sus gafas sobre mi mesa escondían aquel bello final.

Jamás a ella un hombre le regalo una rosa o una flor.
Pero no olvido la tarde que, al entrar a su habitación,
La encontré tatuándose en el pecho su propio (y libre) girasol.

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