Diego Monterroso
Aún no me había subido y el taxímetro ya multiplicaba los primeros segundos en tarifa de costo. Él (taxista) manejaba despacio, tan lento que desesperaba, buscando que todo semáforo confabulara a su favor y marcara el rojo. “Subió la tarifa” le pregunté, al ver que el taxímetro iba mucho más rápido que el carro. “No joven, es la misma de siempre” me dijo. Terminé bajando a unas cuadras de mi destino. No pude soportar esa sensación de estafa ante su intencionada manera de manejar.
En esta columna no pretendo culpar al piloto, sino quiero analizar brevemente los incentivos que genera cada uno de los sistemas de tarifa de los taxis en Guatemala: el amarillo, el blanco y ahora Uber.
La forma de obtener ganancias con un sistema de tarifa de taxis amarillos es en base al tiempo, sin importar la distancia. Esto produce el incentivo de que el conductor no busque llegar rápido a su destino, pues de esa forma obtendrá más ganancias. Con los taxis blancos es diferente. Luego de pactar la tarifa con el cliente, ellos ganan por llegar lo más rápido posible a su destino, pues ganan al tener una mayor frecuencia de carreras. Su incentivo es ser rápidos. Lo malo es que algunos son inseguros, a diferencia de los amarillos que tienen la fama de ser muy seguros.
Uber, es una nueva modalidad de servicio. Un reto para el statu quo. Su tarifa se establece en base a la distancia recorrida y un pequeño cargo por el tiempo transcurrido. Los conductores adquieren reputación en base a la calificación que le brinden sus clientes, lo cual genera el incentivo de brindar un buen servicio y de ajustarse a lo que su cliente prefiera. El asunto con Uber es que aún no tienen muchos conductores activos, pero ello será cuestión de tiempo.
¿Cuál es el mejor? eso depende de las circunstancias: el riesgo, el tiempo y el dinero que se quiera invertir. Lo importante es saber las consecuencias no intencionadas de sus sistemas de tarifa, porque conociéndolas podemos decidir a nuestra conveniencia.