Thomas Brodtmann Valenzuela

Despertó justo a las cinco treinta de la mañana, el crucifijo miraba directamente a su dirección. Cuando finalmente se levantó, se volvió a recostar sobre su cama. A la monja le encantaba sentir la tersa textura de sus sábanas y la suave textura de su almohada. A su mente vino una frase: “Mujer, ni sumisa ni devota…” Mierda, pensó, “soy sumisa y devota”. Pronto se dio cuenta del pecado que había cometido por decir semejante palabra y procedió a pincharse el brazo. Justo en ese momento el demonio se le apareció, por lo que prefirió no quedarse en soledad en su alcoba. Realizó los quehaceres del día, libre de pecado y de demonios, y por la tarde salió. El atardecer se postró y con él las sombras de la noche se acercaban.

La monja sentía que cada esquina, árbol, persona u objeto que se movía trataba de atacarla. Sacó su cuchillo para defenderse de los demonios mientras pasaba por el parque. Tuvo un lapsus y se despertó en una banca. Calculó que quince minutos habían pasado. Solía tener estos lapsus seguido, específicamente desde que la perseguían por todos lados. La monja se pasó una hora buscando el cuchillo que había tirado cerca del parque, y como no lo encontró, decidió esconderse debajo de un arbusto. Había salido por orden de la Hermana Superior a comprar el pan, porque iba a usarse en la cena. Solía llevar el cuchillo a donde fuera, por si aparecían los espíritus malignos. Creyó por un momento, que estaba loca y que nadie la perseguía. Concluyó al final que eran demonios los que la atormentaban. La monja apareció muerta a la mañana siguiente, sin explicación alguna. Solamente encontraron un cuchillo clavado en su corazón.

Imagen