Sátira a aquella ciudad de indiferencia

Ánika Lorenzana

En el asfalto la sangre seca comienza a mezclarse con el aceite negro dejado por los tantísimos carros, camiones y motocicletas. Como un camaleón se camuflan así las distintas escenas del crimen en aquella salvaje ciudad. La noche comienza a dar paso al día y los primeros habitantes arrancan la jornada laboral;  dirigiéndose de la periferia al centro de la ciudad . Junto con el pan dulce y las tortillas aparecen las primeras tazas de café, los periódicos empiezan a ser repartidos en las calles y los primeros limosneros se arrejuntan en los semáforos. Las noticias matutinas en la radio anuncian el tono de aquel nuevo día; 5 asesinatos registrados la pasada noche, 11 robos y más de un accidente. Sí, sería un día muy normal.

Una nube negra comienza a formarse sobre aquella masa desordenada de concreto. Miles y miles de carros, cientos y cientos de camionetas malgastadas, motocicletas, bicicletas, camiones y trailers conviven en una estrechísima y única autopista en donde el debilitado pavimento intenta mantener la poca firmeza que le queda. En algún recóndito lugar de aquel laberinto unos niños somnolientos despiden a su angustiada madre en el pórtico mientras se dirigen a la escuela. Desayunando dos paquetitos de Tortrix de limón y una Mirinda en bolsita plástica don José se prepara para un largo día en la construcción. De a pocos la ciudad entera se despierta y como una máquina programada empiezan a correr sus piezas. El Sol alumbra ya todo el valle y los secretos que guardaba la noche se hacen quedamente públicos. Nadie quiere ver, nadie quiere escuchar; evitando encontrarse con la cruda realidad que los envuelve los inquilinos de aquella selva de cemento ocupan su cabeza en la frivolidad. Junto con el humo de aquellas insensatas y suicidas camionetas danzan en el aire las constantes e inútiles quejas. Sí, porqué aunque se hagan de la vista gorda siempre tienen tiempo para las protestas y las quejas. La opinión pública parece un repetitivo y cargante metrónomo, indicando el tempo y pulso con el que los descontentos deberán aflorar. Cómo un amante pasional se enamora de una causa, olvidándose de ella cuándo aburrida le parezca. Por otro lado, las malas nuevas y la indiferencia son el más exitoso matrimonio de aquella ciudad, reproduciéndose diariamente en las páginas y portadas de la prensa local. Sí, un día muy normal en la ciudad de la alegría.

Algunos dirían que su esencia es barroca, recargada, engañosa y con cierto dramatismo burlón, probablemente sea esta una ciudad de bastante contradicción. Dentro de aquel caótico lugar nadan todavía algunas cuantas esperanzas vivas. Corazones más despiertos; mentes inconformes e inquietas que observan aturdidas  a las otras marionetas. Señalan la sangre seca camuflada en la acera, recordando aquella historia que quedo enterrada bajo tantas quejas, berrinches y protestas; aquel encabezado que la opinión pública dejo a un lado, ese que bajo la alfombra y pila de papeles viejos quedo enterrado. Después de tres horas pico, ochenta y tantos accidentes en carro, 15 asesinatos registrados, millones de quejas y cero soluciones presentadas llega la noche pintando de azul marino las paredes. Así transcurre un día muy normal..unas 4 millones de miradas se empeñan en olvidar, alguna que otra queja todavía se escucha, a don José finalmente le dio un infarto y una madre llora la desaparición de su hija en algun alejado lugar. Sí, así es un día muy normal en la ciudad de la eterna primavera, aquel barroco lugar en donde una muerte más es una cosa cualquiera.

 

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