Ale Bonilla
Quiero cortarme el cabello.
Arrancármelo, pisotearlo y luego quemarlo. Deseo acabar con cada una de sus fibras cafés, porque llevarlo sobre mi cabeza ya no es símbolo de libertad, sino que de mi esclavitud.
Ciegamente me sometí a una tiranía liderada por el miedo y un pelo marrón. Me deje engañar por su seductor color y su aroma tan familiar.
¡Qué estúpida fui!
Todo este tiempo creí que habías sido tú el agresor de mi alma, pero no fue más que mi propio rostro el que apareció en el fondo de mi mente cuando pensé en la palabra asesino.
Fui yo,
con mi melena tan larga y oscura,
quien condenó a mi cuerpo a la eterna tristeza y a un abismo de soledad interna.
Fui yo,
con supuestas trenzas de niña,
la que me hizo creer que no tenía la suficiente valentía para tomar un par de tijeras y acabar con esa vida tan melancólica.
Fui yo,
con mechones totalmente desalineados,
la que se enredó con sus propias marañas pigmentadas con dolor e ingenuamente ya no supo cómo salir de ahí.
Así que… quiero cortarme el cabello.
Teñirlo de un tono más vivo, tenerlo de un largo que no me sofoque y hacerlo más sedoso para que no me lastime.
Quizás al cambiarlo logré entender que puedo ser impetuosa y matar a todas las versiones de mi espíritu que me hagan daño.
Quién sabe… tal vez con verme un poco distinta lograré comprender que soy yo la que tiene el control sobre mis tormentos tanto como de mi cabello.