Mi muñeca siempre vuelve de madrugada con los sueños pasmados y la cara triste. Desmaquillada e inconforme pero contenta con el tenue brillo que causó algún instante vacío de la noche pasada. Mi muñeca viene más usada, más vieja y cansada. Se tira en una tina de agua tibia y se lava la cara. Se queda sentada con el maquillaje de los ojos corrido y el labial «long stay» todo seco entre sus labios y su barbilla. Mi muñeca no lo sabe todavía, pero está gozando el camino al final. Prende un cigarro entre la tina y saca el brazo que le corresponde a la mano que lo sostiene, con la otra se detiene la cabeza, le empieza a pesar, a dar resaca.
Mi muñeca está muy flaca, ya no come, ya no toma nada nutritivo. Se quedó perdida entre sus vicios de adolescencia, sus amantes empiezan a preguntarse si está bien, no lo está. Tiene las rodillas golpeadas y las piernas repletas de moretones que se cubre con las medias color crema que le regaló quien solía ser su todo. Tiene un hoyo del tamaño de una moneda de a quetzal justo en la rodilla derecha. No le importa, las sigue usando.
Mi muñeca se está cansando. Se lava la piel y luego el pelo. Deja la tina sucia. Se acaba el cigarro.
Mi muñeca piensa en todo lo que ha pasado y nota que, aun cuando sufre, no quisiera vivir de otra forma. Luego reflexiona: «ya no hay vida en lo que vivo» piensa y entonces, empieza a llorar.
Mi muñeca ha muerto esta mañana, dicen quienes la hallaron que se quedó dormida mientras se bañaba.