Mi padre me ha dejado tres grandes legados. El primero es un manual de cómo ser un hombre. Aquel que todos los días se levanta a inspirar a los demás y que puede lograr, de alguna manera, plantar la semilla de la luz en los corazones ajenos, será un verdadero hombre. El segundo es un balón de color azul, rojo y amarillo. Por todo el fútbol que hemos visto juntos, cada partido lo vivo como si fuera el último con él, porque no hay actividad que nos una más que sentarnos a ver al Barça jugar y llenarnos de alegría de sus victorias o las de la selección de Argentina. El tercero, unos guantes de box viejos y empolvados, los cuales serán colgados por el resto de la eternidad simbolizando el profundo pacifismo en el que creemos y defendemos con la pluma, no con la espada.
“Un mítico”, “el gran estratega”, “jefazo”, “genio” son algunas expresiones con las que se han referido al sabio de pelo blanco. Cada expresión construye sobre la vieja, y al final me doy cuenta que tengo como padre un ser que no tiene techo, pero que la gente me impulsa a superar. Lo cierto es que me da miedo. Entre más me acerco a su legado más miedo siento de superarlo. Nadie puede ser mejor que él, y en la memoria vivirá por siempre como el más grande, el más inteligente, el mejor líder y el mejor padre. Gracias a mi viejo por todo, por ser mi ídolo, mi héroe y mi motor de todos los días.
Edgar Gutiérrez Jr.