Danilo Carías
En palabras del científico inglés Mathew Ridley, lo que existe entre los seres humanos es una declaración de interdependencia, es decir, que cada ser humano necesita de los otros para satisfacer sus necesidades. En nuestros días, está en el ambiente intelectual el concepto de soberanía alimentaria o autosuficiencia, a nivel comunitario o familiar. Este es solo un reflejo de la ilusión de los intelectuales de izquierda por hacer funcionar su experimento distributivo en pequeños grupos de personas, pero resulta que ese afán por despreciar los beneficios del comercio y la especialización desemboca en el océano de la pobreza.
Vivo en una casa en medio de la sierra en el oriente de Guatemala, mis abuelos crecieron en el mismo lugar, se dedicaron a actividades agropecuarias, agricultura de subsistencia y crianza de ganado de todo tipo, durante la segunda mitad del siglo XX las vías de comunicación eran precarias y el comercio incipiente en nuestro país. Ellos nunca imaginaron que sus nietos en el mismo lugar podrían tener acceso a energía eléctrica, señal de internet, que podrían usar Netflix, Duolingo o las redes sociales para mejorar sus condiciones de vida. Que podrían comunicarse en cuestión de segundos con personas del otro lado del mundo y viajar por nuestro país de forma segura y barata. Todos estos beneficios son resultado de la división del trabajo, la especialización, el comercio y toda la estructura de incentivos que nos compele a servir a los demás en la búsqueda de nuestro propio beneficio.
Desde que nos ponemos de pie hasta que regresamos a nuestra cama, utilizamos una serie de artículos o servicios en los que cientos de personas trabajaron para nosotros, y que podemos disfrutar gracias a los relativos grados de libertad económica en distintas latitudes. Atrás quedó el tiempo de la condena eterna a la escasez y pobreza, de cultivar absolutamente todo lo que consumíamos, ahora intercambiamos bienes, ahorramos recursos, los podemos invertir y generar valor para nuestras familias, en la medida en que el Estado se aleja de la esfera privada y permite el intercambio libre y voluntario de bienes y servicios.
En otras palabras, la soberanía alimentaria implica retroceso, es una condena a la pobreza como regla, es aniquilar las capacidades creativas de los seres humanos para descubrir, innovar e intercambiar para mejorar sus vidas y las de las personas que tienen a su alrededor. Regularmente los ecologistas detrás de la defensa de este concepto, son citadinos, disfrutan los beneficios del comercio, y aun así persisten en la necedad de aislar familias y comunidades enteras de los beneficios de la globalización y la libertad económica. Esto es ir en contra de la naturaleza humana, los seres humanos siempre buscan las vías para mejorar sus condiciones de vida, y lo van a hacer, aunque algún grupo trate de alejarlos del desarrollo y la prosperidad.
Esta ilusión utópica del socialismo comunitario que inició con Owen y Saint-Simon y que persiste en nuestros días en algunas mentes desorientados solo pavimenta la senda de la pobreza y perpetúa su círculo vicioso. La próxima vez que escuches sobre soberanía alimentaria, recuerda que consumiste durante el día, trata de rastrear el origen y de determinar los costos, luego imagina la producción de todos esos bienes en una pequeña granja y el tiempo que requiere. Adiós a la soberanía alimentaria, bienvenido el comercio, la división del trabajo y la especialización.
Créditos a Imagen de: https://cerigua.org/category/guatemala/