La obesidad y el sobrepeso son un problema hoy en día. A pesar de que se percibe que llevar un estilo de vida saludable “se está poniendo de moda” en realidad es muy poca la gente que está comprometida con la causa. Muchos lo intentan por un tiempo y luego retoman el camino más fácil. Las estadísticas son alarmantes
- Para el 2030 la mitad de los estadounidenses serán obesos
- La industria de comida rápida gasta $4.2 billones de dólares al año en publicidad dirigida a adolescentes niños
- El tamaño de las sodas y las hamburguesas se ha triplicado desde 1970
- 2 de cada 3 personas en Estados Unidos tiene sobrepeso u obesidad
- Una dieta balanceada le ahorraría al gobierno estadounidense alrededor de $87 billones de dólares al año (en procesos legislativos para el control de las empresas de comida y en el sistema de salud)
Está claro que el problema se está agravando. Ahora no son solo los adultos sino también los niños, las enfermedades relacionadas con el sobrepeso son cada vez más y la calidad y esperanza de vida de las personas se está viendo afectada seriamente. Encima existen consecuencias económicas como que la comida saludable es tres veces más costosa que la rápida, el sistema de salud tiene pérdidas, cada vez son más rentables las empresas de comida rápida etc.
Ahora bien, ante la situación han pasado dos cosas. La primera es desde el ámbito legal y es que cada vez son más las regulaciones a las empresas de comida pues se cree que es un problema de asimetría de información en donde el consumidor no conoce que el producto le hace daño (como si el fumador que al leer en el paquete que el cigarrillo produce cáncer lo dejase de consumir). Se aumentó por ley el tamaño del número de calorías en la etiqueta nutricional, se está promoviendo el movimiento #crushBigSoda para que las empresas de soda tengan una advertencia similar a la del alcohol etc. Parece que legalmente el Estado está desesperado por proteger al consumidor de las megaempresas que llenan de químicos y hormonas nuestra comida.
La segunda es menos evidente, pero desde mi punto de vista, más peligrosa. Se ha creado la idea de que es culpa del sistema de precios que hace que una ensalada sea más cara que una hamburguesa. Se ha promovido el pensamiento de que el capitalismo y el consumismo han llevado a los niños y adolescentes a comprar productos que les hacen daño (como la excusa de que le ponen químicos que hacen que los productos sean adictivos). Se cree que las empresas a menudo engañan a sus consumidores y que hay que intervenir para parar el problema. Incluso han surgido grupos “radicales” que se obsesionan con la comida y se proclaman en contra del “sistema que promueve un estilo de vida no saludable”.
Por ejemplo, The Guardian publicó un artículo titulado “The obesity epidemic is an economic issue” en donde explica por qué la obesidad es una falla de mercado. Ahora bien, no puede haber un error más grave que pensar eso.
Si una ensalada cuesta más que unas papas fritas es por varias razones. Primero porque la demanda de estas últimas es tan grande que lleva a que exista tanta competencia (más empresas que se dediquen a tan rentable negocio) que hace que los precios bajen. La teoría de la demanda afirma que a mayor demanda, mayores los precios y por ello más personas quieren entrar a competir al mercado.
Y segundo porque es obvio que la durabilidad del primer producto es mucho menor que la del segundo. Si hay tantas empresas que se dediquen a vendernos “basura” es porque estamos muy dispuestos a consumirla. Es rica, rápida y barata, todo menos culpa del sistema de precios.
La economía solo explica las decisiones de las personas, no las manipula. Ahora que se sabe que el problema de obesidad no es culpa de nadie más que de quien se lleva la comida a la boca, si se quiere mejorar el problema ¿hacia dónde hay que dirigirse? Está claro que más regulaciones, precios tope y agencias que protejan al consumidor no son la solución.
Desde la ciencia se puede afirmar que el 65% de las personas con sobrepeso sufren de ansiedad y depresión. El Binge Eating Disorder que relaciona la comida con los estados de ánimo es más común que el cáncer e mama, diabetes y el VIH. La mayoría de las veces ambas enfermedades ocurren al mismo tiempo por lo que se sabe que un buen tratamiento para la obesidad es la asistencia psicológica. El 86% de la población mundial alguna vez en su vida ha comido por emoción más que por hambre. Los desórdenes alimenticios están muy presentes en las personas, no necesariamente obesas. Se trata de un problema de educación en donde nos acostumbramos a que se premia con comida, se celebra con comida e incluso se castiga también con ella. Comer da placer al cerebro frustrado y estresado pues es una sensación instantánea. Es obvio que por todo esto las personas preferirán consumir lo rápido, apetitoso y encima barato.
Una vez más abogo por la educación y no por la regulación. Si se va a combatir el problema se tiene que hacer desde la raíz y en este caso eso consiste en dejar de culpar al Estado, a las empresas y a la economía y en vez, responsabilizar al consumidor. Más ayuda psicológica, más disciplina, más autocontrol y más soluciones que vean la problemática de forma integral.
Fuentes
http://www.thehealthyeatingguide.com/healthy-eating-statistics/