Aly Montuori
“Tan sencillo que es ser feliz, lo difícil es ser sencillo”
Hace no más de tres días leí una columna de una joven que había sido dada en adopción a los dos años de edad. Tras haber pasado por varios hogares para huérfanos, trabajar en las calles vendiendo chicles y ser prostituida durante su adolescencia, hoy escribía esas cortas líneas con aquel coraje al que el tiempo no le ha sido amable. En uno de los tantos momentos de reflexión personal, me puse a pensar en lo siguiente:
Hubo un tiempo en el que jamás hubiese soñado con tener todo lo que tengo hoy, y tengo que agradecerle todo a mis papás. Son ellos quienes han trabajado hasta el cansancio para conseguirme los tan anhelados objetos que hoy en día poseo. Fueron ellos que, aun cuando querían comprarse algo para ellos, decidieron darles a mis hermanos y a mí de comer, vestirnos y pagarnos el colegio.
Fueron ellos los que me enseñaron que dar no siempre quiere decir recibir algo a cambio. Es más, el simple acto de dar significa más que cualquier cosa que se pueda obtener como “pago” por dicha acción. Son esos dos adultos que hoy califico como “anticuados” o “viejos” que, a pesar de las adversidades, nunca se dieron por vencido en cuanto a darme una vida mejor. Las decisiones que tomo hoy, las hago en base a sus incansables enseñanzas, a sus sufridos regaños y a su admirable ejemplo.
Y aunque no logre en una corta vida calificar a mis papás, intentaré explicarles lo que cada uno de ellos significa para mí. Mi mamá, por ejemplo, significa fortaleza en todos los aspectos. Significa mantener a cuatro hijos vestidos, alimentados y educados con el fruto de su trabajo. Significa haber rechazado los mil vestidos que se quiso comprar por cuatro colegiaturas. Significa haber cocinado la cena todas las noches, aunque le dolieran los pies por los tacones y se le quebrara la espalda por mantenerse en una oficina todo el día.
Por otro lado (aunque no sin menos méritos), mi papá significa atreverse a soñar. Arriesgar para ganar, aunque la última no siempre sea resultante de la primera. Él es quien me ha impulsado a seguir mis sueños más allá de las críticas ajenas, más allá del cielo y las estrellas, más allá de cualquier cometa. Fue él quien sacrificaba trabajar en su computadora para que yo pudiese escribir durante horas. Es con él que comparto mis sueños más profundos, mis ideas para novelas que probablemente nunca se vendan, ¡y todo con buena cara y excelentes ideas!
Oigan, viejos. Yo sé que nunca se los digo, pero los quiero. Yo sé que estoy tan absorta en mis propios problemas y pensamientos que no volteo a considerar todo lo que han hecho por mí. Me han dado tanto, y nunca esperaron recibir nada a cambio. Tomaron el ser padres y lo llevaron a otro nivel. El hecho de poder escribir estas líneas y cumplir mi sueño se lo debo a ustedes.
Eso, papá y mamá, es invaluable.