Históricamente, la fecha de nuestra independencia no significó realmente nada. Socialmente, se arrastraron todos los problemas institucionales, económicos y políticos de la colonia a la «nueva República»; en realidad construida, o, más bien, solo firmada por unos pocos.
Como eso pocas veces se discute, no me enfocaré en si debemos celebrar en esta fecha específica o no. Más bien, reconozco que esta fecha no sirve para recordar aquella época precisamente, sino para «hacer patria» y celebrar que estamos orgullosos de vivir aquí. Ahora bien, eso también lo critico y lo hago con el propósito de invitar a la reflexión. Por Guatemala entendemos un territorio delimitado, un Estado soberano, una población específica y bajo un concepto más moderno, una «comunidad imaginada» (esa idea de lo que queremos ser como sociedad, valores y principios).
Cuando decimos que estamos orgullosos de ser guatemaltecos no podemos hablar solo del aspecto geográfico, puesto que nosotros no lo construimos y además no lo cuidamos de lo mejor. Tampoco nos referimos al Estado soberano porque el ciudadano de a pie no participó en la creación de esa persona jurídica; y también podríamos decir que muy pocos están felices y orgullosos del actuar de la clase política. Claramente hablamos de las personas, pero no podemos decir que estamos orgullosos por los 16 millones que no conocemos. Entonces, ¿de qué estamos orgullosos?
Observando, me di cuenta que celebramos nuestras tradiciones. Aquellas que asociamos con buenos recuerdos y momentos efímeros de felicidad. Por ejemplo: la comida, las fiestas sociales, la música y los trajes. Todas estas son manifestaciones superficiales de la cultura. Pero para que yo pueda decir que estoy orgullosa de algo (que además yo no construí) no debe ser de forma superficial.
La cultura va más allá que todo eso. La cultura es la acción de cada individuo que se repite y que forma parte de un patrón social, que puede perjudicar o no a un grupo de personas. Yo no hago patria cuando insulto a todos en el tráfico, no respeto las leyes, quiero pasar por encima de todos y no soy responsable con mi familia, que depende de mí.
Hay que ser muy iluso para no reconocer que de buena cultura tenemos muy poco. Hay que ser muy bobo para creerse que Gallo, nuestro fútbol, los anuncios de Tortrix que dicen que somos gente linda y Arjona son nuestro orgullo, y demuestran nuestra grandeza. Dejemos de robar méritos ajenos y empecemos a reconocer que solo nuestras acciones individuales (que tienen un impacto en quienes nos rodean) pueden construir una buena cultura de la que podemos celebrar.
La impuntualidad, la informalidad, la ley «del más vivo», el machismo, el racismo, la violencia, la mordida y la hipocresía de no decir las cosas a la cara son hábitos que nos dan gracia pero hay que aceptar que no nos llevan a ningún bien. Lo que nos una, para poder hacer de esta sociedad un lugar en donde todos nos sintamos de cierta forma cómodos, tiene que ser algo más grande que esos motivos por los que celebramos.
Si nos vamos a tomar un día entero de feriado que no sea solo para comer, tomarse fotos, causar disturbios o fomentar el discurso de desobediencia a la ley que se da por la coyuntura. Que sea para darnos cuenta que vivimos en una sociedad enferma. Enferma porque no quiere ver que sus malos hábitos, que se escogen y no están determinados, no le dan motivos de orgullo. Reconocerse es curarse un poco.