Me da pánico tocarte.                                                                                                                            No quiero respirar más de la cuenta ni quedarme sin aire, porque no sé cuál de las dos te hará esfumarte.

Quizá te rompas con mis manos temblorosas y tartamudas. O quizá encuentres vida en medio de mis poesías inconclusas.

Soy hábil seduciendo a las letras, pero luego mis dedos se topan contigo y se paralizan. Se quedan inmóviles, admiran la ligereza con la que te mueves y me susurran un secreto:

                                                            no saben cómo explicarte que…

Me da pánico mirarte. No sé cómo sostenerte la mirada, cómo guiñarte un ojo y mucho menos cómo devolverte una caricia.

Ni siquiera sé domar esta sensación tan vulnerablemente fuerte que brota de mi pecho y camina por toda mi piel cada vez que te veo.

¿Amor?

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¿Miedo?

Han sido lo mismo para mí durante mucho tiempo, así que ya no estoy segura si puedo colorearlos con distintos tonos de azul.

Me da pánico tenerte. Me da pánico confesarte.

Me da pánico escribirte. Me da pánico necesitarte.

Me das pánico.

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Me doy pánico. Punto.

Lo he estropeado casi todo al estar excesivamente ligada a lo que alguna vez fui y a lo que alguna vez fue el mundo para mí.

Por eso, no quiero abrir ninguna herida sobre lo que eres.                                                                          Esa cosa tan linda que eres.

Tu sonrisa se asemeja tanto a una epifanía que no sé cómo podría mezclarla con mi forma tan desbordada de sentir.

Supongo que de todos mis miedos el único que no he podido conquistar es la cercanía de tu mirada tan penetrante.

No quiero huir. No esta vez.

El problema aquí es que mi corazón se tambalea entre la posibilidad de tu tacto y una pequeña oración ardiendo en el fondo de mi mente:

me da pánico no saber quererte.

 

Foto tomada por: Natalia Álvarez.