I

Me duele leer mi propia poesía, porque sé que si no permitiera que mis miedos me ataran tanto… tú ya te hubieras enamorado de mí.

De mí y de mi forma tan apasionada de amar.

Puedo ser muchas cosas: una cobarde, una paranoica, una exagerada; pero definitivamente no soy alguien que se entrega a medias.

Soy capaz de quererte tanto hasta hacerte vivir eternamente. Soy capaz de apreciarte en tu alboroto y en tu ausencia.

Pero, malditas sean las personas que incubaron en mi alma el temor. Y más que nada, maldito sea el momento en el que deje que un sentimiento gobernara mi vida.

Me duele que mis ojos pasen por los versos que destilan tu nombre,  porque caigo en la cuenta  de que nunca has estado realmente cerca. Nunca te he dado la oportunidad.

Todo por miedo a que toques las rasgaduras que he escondido por años.

Me oculté tanto tiempo en las sombras que ahora ya no sé cómo salir de la seguridad de mi soledad. Y sé que es mucho pedir, pero, ¿puedes quedarte? ¿Puedes ser tú quien tenga la paciencia de esperarme? Por favor.

¡Ah, quién lo diría! La poeta solitaria pidiéndote a ti, alma ligera, que por favor no la olvides cuando decidas huir de este lugar.

Me desestabiliza derramar lágrimas sobre mis letras solamente porque la posibilidad de perderte me está tomando la cintura. Llorar por ti, llorar por alguien que no sea yo misma… así de enamorada me tiene tu sonrisa.

Me duele.

Me duele tener manos de escritora y no lengua de valiente. Me duele escribirte sabiendo que nunca será suficiente para hacerte voltear.

Simplemente,  me duele no atreverme a quererte de otra forma que no sea en verso.

Foto tomada por: Renata López