Walter Bran
Al ver niños en los semáforos, haciendo malabares con mandarinas, otros con el cuerpo pintado de plateado maniobrando con varas prendidas en fuego, con un visible cansancio en la mirada, te preguntás ¿Por qué estos niños no están estudiando? Deberían estar jugando y haciendo tareas, en vez de trabajar.
Podemos divagar en mil causas de esta situación: desempleo o haraganería de los padres, nula planificación familiar, falta de educación, falta de oportunidades, etc. Sin embargo, hay una razón que, desde hace años, llama la atención: la rentabilidad de la explotación infantil.
El año pasado hubo operativos en donde se rescataron a más de cien niños víctimas de explotación laboral. Eran obligados a trabajar desde las seis o siete horas hasta bien entrada la noche, veintidós o veintitrés horas. Además, probablemente son niños que no gozan de sus tres tiempo de comida, mucho menos una dieta sana.

La mayoría de estos menores forman parte de estructuras organizadas que se dedican a lucrar a través de la mendicidad. Es un negocio rentable, obviamente. Los niños no representan una inversión significativa para los líderes de estas estructuras. Muchos niños son entregados o acompañados por los padres dentro del negocio. Es común ver a los niños dando “su espectáculo” a media calle y un adulto, presuntamente uno de los padres, sentado en la banqueta esperando que el menor vuelva con lo recolectado.
Ahora, la interrogante es: ¿por qué ese negocio? Porque seguimos colaborando con el mismo, cada vez le das dinero a los niños, otra razón para que el negocio siga siendo rentable. Es un dilema al que yo mismo me enfrento: darle, o no, dinero a los niños que se dedican a la mendicidad.
Si el sentimiento de querer ayudarlos es muy grande, optemos, en la acción inmediata, en darles comida en vez de dinero. Si queremos ayudar en un mediano y largo plazo, trabajemos en generar un país que produzca las suficientes fuentes de oportunidades educativas y laborales. Dejemos de quejarnos por todo y por nada, de pedir acciones y respuestas al Estado. En todo caso, es mejor empezar a aportar, desde nuestro lugar, en mayor o menor escala, para ser la solución a las necesidades de nuestro país. Optemos por la acción y no por la reacción.