Hablemos cara a cara y con un torrente de verdad, porque ya me cansé de disfrazarme, de fingir. Estoy desgastada por tanto aparentar que nunca logro ser fuerte, que soy dulce como el azúcar y que sé amar mejor que nadie.

Estoy enferma de quererme ver sin mis partes amargas, ácidas. Quiero prenderle fuego a esa idea de que cada momento de mi vida debo irradiar perfectamente solo un sabor.

No puedo y jamás podré fragmentarme en una simple sensación, porque soy estancamiento pero también soy fluidez. Soy viento descontrolado, mas también soy tormenta al revés.

Hablemos cara a cara y sin ninguna clase de enredadera, porque necesito confesarle a alguien que ya no quiero ser un poema. No quiero ser letras escondidas ni versos mal interpretados. No puedo seguir resbalándome con que me quedé atrapada en el miedo a ser encontrada.

Necesito convertirme en poesía viva, andante, que camina. Quizá ha llegado la hora de dejar de negarme y visualizarme frente a mí misma pidiéndome perdón.

Debo comenzar a vivir con el atrevimiento que he llegado a escribir. Necesito enamorarme de todas mis partes, de todos mis sabores. Comprender que está bien tener inseguridades,  llorar porque a veces me siento sola, enojarme y levantar la voz.

Está bien ser arte, bondad, pasión y valentía. Pero, también ser amargura, aislamiento, excentricidad y sufrimiento.

Hablemos cara a cara y con una sobredosis de silencio, porque estoy hecha polvo de complacer, de simular. Estoy consumida por todos los moretones que me ocasioné queriendo cantar una canción que en realidad no era mía.

Por eso hice arder el pensamiento de que me levanté de cenizas empapadas en ternura y nada más.

Porque en realidad soy cercanía, pero también soy olvido. Soy rimas, mas también soy delirio.

Soy ganas de salvar al mundo,

pero también soy deseos de salvarme a mí.

Foto tomada por: Natalia Álvarez