La primera vuelta de las elecciones en Costa Rica dieron un resultado totalmente inesperado. Por un lado, Fabricio Alvarado, pastor evangélico, obtuvo la mayoría de los votos. Por otro, Carlos Alvarado, candidato del partido de gobierno (PAC), pasó en segundo lugar, representando a un grupo político manchado de corrupción y con un mal manejo de la economía en general.
¿Cómo Costa Rica llegó a este momento político? Todo empezó con una consulta del gobierno actual hacia la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el matrimonio homosexual. En corto, la Corte dictaminó que Costa Rica debía garantizarles a las parejas del mismo sexo los derechos existentes en la legislación, extendiéndose la sentencia a 20 países más, incluyendo a Guatemala.
Desde entonces, Fabricio Alvarado, siendo el candidato con una postura contraria, empezó a subir en las encuestas. El tico cayó en la trampa, se dejó llevar por un tema un tanto irrelevante, considerando que existen otros problemas mucho más graves como el déficit fiscal, la corrupción, la violencia y los elevadísimos costos vida.
El candidato conservador no es, como algunos tratan de hacerlo ver, una muestra de la intolerancia de la sociedad costarricense. Más bien, viene de la mano con un rechazo a la clase política tradicional. Quedaron fuera de la ecuación los candidatos de los partidos políticos de toda la vida, Álvarez Desanti (Liberación Nacional) y Rodolfo Piza (Unidad Social Cristiana). Sin la resolución de la Corte Interamericana, posiblemente Juan Diego Castro hubiese llegado al balotaje, tomando en cuenta la popularidad que había alcanzado, siendo un outsider.
Muchos de los opositores a Fabricio Alvarado pecan de prepotencia. Se creen moralmente superiores a los demás votantes, únicamente por apoyar el matrimonio igualitario. Además, se creen intelectualmente más aptos, sin darse cuenta que son igual de pasionales al votar por el PAC, un partido fracasado en el poder, únicamente por apoyar abiertamente a la ideología de género.
Se acusa de doble moral a los fanáticos religiosos, pero la contraparte progresista de izquierda no es tan distinta. Los mismos moralinos que señalan, tienen actitudes machistas, no respetan las señales de tránsito y tiran basura en calle. En la vida en sociedad, los detalles también cuentan.
Gusta la democracia cuando se gana, no gusta cuando se pierde. De repente, los amantes de una de las democracias más estables y desarrolladas del continente, quieren hacer creer a los demás que el sistema democrático está en decadencia. Se subestimó el poder de las áreas rurales y del sector más tradicional. Se sobreestimó la fuerza del progresismo.
No estoy a favor de los fanatismos religiosos ni de discriminar a alguien por sus preferencias sexuales. No obstante, no puedo apoyar a un partido político que lo único que tiene en la cabeza son más impuestos.
Votar por el PAC es sinónimo de destruir el crecimiento de startups como Uber y Airbnb, y que te cobren impuestos hasta por ver una película en Netflix, como si eso fuera a ayudar a los malos manejos de recursos del gobierno. Votar por Carlos Alvarado es darle un espaldarazo a los mismos que tienen encima el Cementazo, el escándalo de corrupción más grande de la historia reciente del país. Y así, tienen el descaro de pedir más recursos del bolsillo de los costarricenses.
Mientras pasa el tiempo, cada vez me encuentro con un país más caro para vivir y con más delincuencia al salir del Juan Santamaría. En un mejor escenario, ninguno de estos dos candidatos estaría en segunda vuelta, pero dadas las circunstancias, veo mejor a Fabricio, al menos en materia económica. El sistema político costarricense necesita un terremoto que lo sacuda y el asenso del PRN representa un cambio, no sé qué tan bueno, pero es un cambio.