Melanie Castillo
Son las 4:30 a.m. Suena la alarma y el chapín afortunado se levanta. Mientras escoge su ropa y toma su toalla, hace una lista en su mente de los asuntos que tiene que salir a resolver. Se baña, se toma un café y omite el desayuno porque el ruido del tráfico formándose afuera de su casa no le permite sentarse a comer tranquilo.
Se sube a su carro y sale. Son apenas las 5:30 a.m. y ya tiene un nudo de estrés en su espalda. No ha recorrido 100 metros y ya se atascó en un río de carros. Escucha una moto y cierra la ventana rápidamente; mientras visualiza la moto en el retrovisor, esconde su teléfono y su corazón se agita. Sabe que por un pequeño aparato su vida corre peligro, pero hoy estaba de suerte, el motorista pasó de largo. Sin embargo, la mujer que va tres carros adelante de él no corrió con la misma suerte…
Su teléfono comienza a sonar, los correos no pueden esperar a que él llegue a la oficina. Un bus se atraviesa en su camino abusivamente y lo retrasa unos minutos; ya son las 6:30 a.m. Este pequeño suceso lo deja muy molesto, por esta razón decide no darle vía a los carros que también necesitan pasar. Él no sabe que el chófer del bus hizo esto porque lleva demasiada prisa, antes de las 9:00 a.m. tiene que recolectar el dinero para pagar la extorsión de los mareros que diariamente lo acechan, de lo contrario, sabe que perderá su vida.
Entre otros temas, el chapín afortunado finalmente llega a su destino y se sienta ocho horas a trabajar. Sale de la oficina a las 5:00 p.m. y el proceso vuelve a repetirse. Llega a su casa después de dos horas y media de tráfico, se tarda más de la cuenta porque los mareros asesinan chóferes a diario por no pagar la extorsión y todos paran a ver el trágico suceso. Este chapín corre con suerte, a pesar de la ola criminal que inunda su país, tiene el privilegio de llegar sano y salvo a su hogar. Claro está, el regresar diariamente de esa manera no es una garantía. Enciende la televisión y las noticias no son alentadoras: extorsiones, asesinatos, corrupción, pobreza, falta de fondos públicos, pésima infraestructura… Lo de siempre, si usted vive en Guatemala ya sabe que esto es el pan de cada día.
Su única esperanza es que los días pasen rápido para que llegue el viernes. Él desea llegar a su casa a cenar con su familia, algunos desean salir a tomar a algún bar para olvidarse un rato de las penas, otros prefieren comer algo y ver una serie en Netflix para después dormir y recuperar la energía que esa semana tan difícil se ocupó de drenar. Cada uno se quita las cadenas a su manera y se libera como puede y como quiere de las preocupaciones.
Llega el lunes y todo se repite de nuevo. Sin embargo, el chapín afortunado guarda la esperanza de que alguien algún día cambie las cosas y no se da cuenta que el cambio está en él. La responsabilidad de cambiar a su país también es suya; pero no, él ya tiene suficiente peso en sus hombros como para cargar más. Después de todo, ¿no es suficiente todo lo que tiene que soportar?
Lo que escribí puede parecerle un tanto pesimista. Sin embargo, si abre bien los ojos se va a dar cuenta que es nuestro diario vivir. El tormento que provocan estas situaciones varían en grado de intensidad, dependiendo de que tan privilegiado sea nuestro lugar en esta sociedad, pero es un hecho que todos las sufrimos de alguna u otra manera. El lado positivo es que somos fuertes y que si algo nos caracteriza como chapines es nuestra capacidad para hacer frente a cualquier adversidad. Por lo tanto, recojamos el guante y respondamos al reto de sacar adelante a Guatemala desde nuestro metro cuadrado.
Le tengo dos noticias: una buena y una mala. Empiezo por mala, y es que sí, va a tener que cargar más peso sobre sus hombros si desea una mejor vida en este país que lo vio nacer. La buena es que tiene la capacidad para hacer el cambio y en sus manos está el poder de construir sobre las ruinas y disfrutar de los frutos de su esfuerzo. Sus acciones individuales sí pesan, sí importan y sí hacen la diferencia. Mi objetivo con este artículo es despertar a esos ciudadanos que han sido abatidos por las circunstancias para que me acompañen en esta batalla. Yo asumo el reto, ¿y ustedes?