Fue al final de la Semana Santa 2018. Estábamos en Nicaragua. Decidimos que el próximo año iríamos a Ciudad de México. Y así fue.

Aterrizamos en un ajetreado Aeropuerto Benito Juárez. Nos trasladaron en bus hacia la terminal. Esa noche cenamos las famosas flautas mexicanas, las cuáles son un must para quienes quieran gozar de la gastronomía mexicana.




El segundo día del viaje fuimos a las famosas «trajineras» de Xochimilco. Para alquilarlas, lo más recomendable es hacerlo en grupos privados, pero también se puede compartir con desconocidos. Entre tanta embarcación de madera, tomamos cerveza local y hasta almorzamos comida que llegaba «flotando» en embarcaciones menor tamaño. Al fondo, de todo lo que la industria creativa mexicana nos permitió recordar; Luis Miguel, Vicente Fernández y Los Ángeles Azules, por mencionar algunos.

Luego, ya por la tarde, tomamos un Uber que nos llevó al centro comercial en donde el revendedor que contactamos en Viagogo nos indicó que deberíamos llegar para recoger las entradas al partido América- Cruz Azul. Después de un par de horas y varias complicaciones, nos entregaron los boletos y nos fuimos al Estadio Azteca.

Sin querer, terminamos a nivel de cancha en la parte norte del estadio. Un niño aficionado del Cruz Azul enfrente de mí, tiró su vaso de gaseosa a las filas de adelante cuando el árbitro terminó el juego. «Aviéntale el refresco a tu rech*ngada madre, p*nche chamaco malcriado», le recriminó un señor con camisola del América.
El partido finalizó cero a cero, pero la mejor experiencia fue estar en uno de los estadios más grandes y con más historia futbolística del mundo.
En lo personal, lo que más me sorprendió fue ver a aficionados rivales sentados uno a la par del otro. Tampoco es que todos los aficionados mexicanos sean un ejemplo por su comportamiento, pero todavía pueden ir al estadio los niños y las mujeres, sin preocuparse tanto por ataques de fanáticos del otro equipo, a diferencia de lo que sucede en Centroamérica. Tenemos mucho por aprender.
Esa misma noche, tomamos un Uber que nos llevó a un restaurante para seguir comiendo tacos. Me llamó mucho la atención que los Uber (y los vehículos en general) en CDMX andan con los vidrios abajo, quizá demostrando que no tienen la problemática de delincuencia común de los países centroamericanos. A nosotros, poco a poco se nos va olvidando lo que es disfrutar de un paseo sin A/C.
La visita a Teotihuacán no fue nada como lo esperé. Primero, el viaje no es tan corto. Es, más o menos, una hora y media desde la Ciudad de México. Segundo, porque ni las pirámides, ni la vista son algo realmente impresionante. Por último, porque estaba muy lleno y había muchísimo calor. Si no se va a tomar un globo aerostático (que solo salen a eso de las 5 AM), es un lugar que no recomiendo visitar, menos si se viaja con poco tiempo para conocer la enorme Ciudad.


Ese mismo día, al volver a CDMX, fuimos a la Basílica de Guadalupe. A pesar de no ser católico, considero que es uno de los must a visitar, tanto por la cultura como por la historia que representa. Después de medio escuchar una misa en la que al Padre no se le entendió casi ni una palabra, fuimos a uno de los mercados que está en una calle aledaña. Ahí, los souvenirs son más baratos, en comparación a los que ofrecen directamente en los alrededores del templo.





Para el cuarto día de viaje, iniciamos por el Bosque de Chapultepec. Luego, en el fotogénico Castillo, entramos a la exposición temporal en honor a la conquista y particularmente a Moctezuma, gobernante de Tenochtitlan a principios del siglo XVI. También estuvimos entre cuadros y posesiones de Porfirio Díaz (Presidente de México desde 1876 hasta la Revolución Mexicana en 1911) y de Maximiliano de Habsburgo (Emperador de México entre 1864 y 1867). Ellos dos, sin duda, son considerados los más ilustres residentes del Castillo.





Caminando se puede llegar a Los Pinos, la lujosa residencia presidencial hasta que Andrés López Obrador la decidió convertir en museo. El lujo, sobra. Poco le tiene que envidiar a la Casa Blanca. No obstante, y aunque la entrada es sin costo, la visita no fue tan llamativa, puesto que prácticamente todos los ambientes de la casa están vacíos.








Al salir, nos tocó correr a nuestra visita programada al Museo de Frida Kahlo, el cual está ubicado en Coyoacán, a una hora al sur de CDMX. Compramos las entradas en línea, lo cual es mucho mejor porque las filas son inmensas en la entrada.
A pesar de no ser admirador de Frida y de despreciar completamente su admiración por el totalitarismo y el comunismo, que han demostrado una y otra vez su inmensa capacidad para generar pobreza y sufrimiento, me parece que el museo se debe visitar si se va a CDMX. No solo por el arte, sino porque retrata mucho de la historia de México, incluyendo el exilio de León Trotski, quien fue perseguido por el régimen soviético hasta finalmente ser asesinado en 1940.



Tomamos el metro que nos llevó a la estación ubicada justo en el Zócalo. Los mexicanos se quejan del tráfico, pero no se dan cuenta que sin el servicio de transporte público que tienen, todo sería peor. Ni se diga sin el segundo piso del periférico. «Algún día tendremos que hacer un tercer piso», nos comentó una local.
Presenciamos la ceremonia en la que miembros de las Fuerzas Armadas retiraron el pabellón del asta. El reto consiste en que la inmensa bandera no toque, en ningún momento, el suelo, sin importar qué tanta brisa haya. Esto lo hacen dos veces al día (6:00 AM y 6:00 PM).
La tarde terminó en el Museo Soumaya, el cual, para los gustosos de la arquitectura, es una joya. Como dato curioso, la estructura fue mandada a hacer por el magnate mexicano Carlos Slim, en dedicación a su esposa, Soumaya. «La forma en que un multimillonario pidió perdón por algo malo que hizo», me dijo un empresario mexicano que conocí hace unos meses.
La CDMX es un excelente destino. Está llena de lugares para visitar y cosas por hacer. La gastronomía es de las mejores del mundo y su clima es bueno la mayor parte del año. Es barato desde hospedarse hasta movilizarse. No basta con ir solo una vez.