Alajuela, Costa Rica (19/11/2019)
Tenía un par de años de no viajar a Costa Rica. La tarde de domingo me dio una bienvenida con una lluvia tan torrencial que Uber me cargó una tarifa extra por llevarme de Alajuela a San José. Nunca me había sucedido eso.
Esa misma noche, alcancé a llegar al Estadio Ricardo Saprissa para ver el partido entre Costa Rica y Haití por la Liga de Naciones de la Concacaf. Me sorprendió la cantidad de haitanos que estaban presentes en el público. A pesar de los severos problemas de la economía tica, pareciese que Costa Rica sigue siendo un país receptor de migrantes.

Hoy por la mañana (martes 19 de noviembre), el conductor de un Uber me contó que el gobierno prohibió la aplicación. Ahora los conductores prácticamente operan en la clandestinidad. El Estado costarricense, con actos como este, demuestra que se quedó en el siglo XX, siendo contrario a la innovación y al aprovechamiento de nuevas tecnologías. Más bien, representa la defensa de intereses de pequeños colectivos organizados que poco o nada benefician a los consumidores.
Unas horas después, me encontraba listo para tomar mi vuelo de regreso a Guatemala. Tomé un último Uber en el City Mall cuyo destino final fue el Aeropuerto Internacional Juan Santamaría.
Al subirme al vehículo, escuché que en la radio sonaba música cristiana. En un viaje de unos cinco minutos, Noé, recientemente llegado desde Caracas a Costa Rica, me contó brevemente su amarga travesía para llegar al país que lo recibió. Luego de mencionarle mi nacionalidad, hizo referencia a su admiración por Cash Luna. Le hice saber que desde niño asisto a Casa de Dios, a lo cual reaccionó pidiéndome oración por su nueva vida en Centroamérica. Accedí, me despedí y entré al aeropuerto.
No es la primera vez que escucho la historia trágica de un venezolano. Es increíble y sumamente lamentable que todavía haya gente que sueñe con el socialismo para sus propios países. Aún viendo el desastre, pareciera que a gritos pidiesen tener el mismo destino de los venezolanos. En contra parte, seguramente muchos votantes de Chávez, tarde se dieron cuenta del daño que hicieron al creer en una fantasía que irremediablemente desemboca en privilegios para las élites «revolucionarias» y en pobreza para todos los demás.
Está por llegar el final de la segunda década del siglo XXI. La evidencia a estas alturas de la historia no podría ser más clara, el socialismo es un completo fracaso sin distinción de la latitud geográfica en la que se implemente. Mi deseo para todos los países latinoamericanos es que la próxima década termine con más capitalismo y menos socialismo.
Latinoamérica saldrá del subdesarrollo el día en el que los derechos individuales y las iniciativas empresariales prevalezcan sobre los colectivos que oprimen la libertad. El antídoto para la pobreza no es más Estado; si así lo fuera, Argentina, Cuba, Venezuela y Nicaragua serían el paraíso en la Tierra.
A los que creemos en la libertad de la gente y en la generación de más riqueza para todos, nos recae la responsabilidad de continuar exponiendo los «grandes logros» de ejemplos como la dizque revolución bolivariana. No se puede ser tibio ante una ideología criminal, asesina y autoritaria. Uno de los campos de disputa más importantes en 2020 seguirá estando en la batalla de ideas, ahí es donde más firmes debemos estar presentes.