Por Aly Montuori*
“Alimenta tu fe hasta que tus miedos se mueran de hambre.» Anónimo.
Estoy acostumbrada a escribir piezas impersonales, como artículos sobre actualidad o cuentos cortos. Es una elección personal que se basa completamente en mi propia comodidad. Para los que me conocen, resulta fácil identificar las pequeñas partes de mí que dejo en cada uno de estos trabajos.
Sin embargo, muchas veces me esfuerzo —más de lo que debería, he de agregar—en soterrar esas pistas, porque la mera idea de publicar algo tan personal me causa pavor. El lector se imaginará, entonces, que cuando me propusieron escribir acerca de mi experiencia con el Covid-19, pasé alrededor de una hora observando una página en blanco. Sin contar con que transcurrieron días antes de reunir la fuerza necesaria para sentarme a redactar en primer lugar.
Las dudas, a la hora de escribir algo que surge de una idea, casi siempre son las mismas: ¿quién es mi personaje principal? ¿Qué siente? ¿En qué mundo vive? Pero la problemática, en este caso, es que el personaje principal de este escrito particular soy yo, alguien a quien el 99.9% de las veces le cuesta identificar (y mucho más describir) lo que siente, viviendo en un mundo sumido en una pandemia global. ¿Con qué empiezo?
Mi nombre es Alessia, tengo 25 años, soy licenciada en Relaciones Internacionales con una especialización en Comercio Exterior y, hoy por hoy, me dedico al trabajo de mis sueños: logística y software naval. Vivo en Liguria, Italia, pero muchas veces se siente como si no tuviera residencia permanente: mi trabajo me exige una vida de aviones, puertos y aeropuertos, comidas fugaces y muy poco sueño. Ese es, finalmente, el estilo de vida que escogí.
Pero más allá de algo que se puede encontrar en una página de LinkedIn, disfruto mucho de las novelas de terror y los libros de historia, me encanta escribir y divido mis días entre la seriedad de mi trabajo y mi pasión por la música, “co-manejando” una banda de rock chipriota. Disfruto del dibujo en tinta negra y de cantar, aunque mi mayor público siempre es la ducha. Vivo en guerra con el desorden y la suciedad, le tengo miedo a todo lo que no puedo ver, al encierro y a los insectos (en especial a aquellos que vuelan). Mis colores favoritos son el verde y el negro, y mi animal preferido el lobo. Soy extremadamente puntual, calculadora, y muchas veces peco de controladora. No creo que pueda hacerlo más personal que esto.
La primera vez que publiqué en mis redes sociales algo sobre el virus fue el 20 de enero, justo cuando solo unos días antes acababa de regresar de tres arduos meses de viaje por cuestiones laborales. Esa primera vez, hice un chiste acerca de la nota que publicó el Independent sobre el descubrimiento del contagioso virus en Wuhan. Ahora que lo pienso, el hecho de haberlo tomado como broma insignificante no fue una respuesta que nació sólo de mí.
La vertiente informativa mayor de los últimos años ha sido el aclamado meme. Claro, tiene un carácter divertido, pero también refleja el modo de actuar y pensar de las nuevas generaciones. Se pueden incluso inferir variables de comportamiento humano y predecir sus decisiones basadas en la sociología del meme; es decir, se ha vuelto una especie de ciencia en humanidades.
Estos mismos no tardaron en presenciarse en cualquier red social que se pueda encontrar en internet. Incluso, cuando empezaron los primeros contagios en Italia, la reacción de histeria fue como un impulso retrasado. Los primeros en encerrarse fueron los adultos mayores, seguido de sus hijos. Los jóvenes, en especial los adolescentes, siguieron saliendo a sus actividades normales, reuniéndose con amigos y frecuentando lugares públicos, algo así como sosteniendo una actitud desafiante ante un virus que, hasta entonces, los hacía sentir invencibles.
El 8 de marzo del presente año, el gobierno decidió poner bajo estricta cuarentena quince provincias del norte de Italia, decisión basada en el alto número de contagios en la importante ciudad de Milán y sus alrededores. Pero para ese entonces ya era demasiado tarde, todos los jóvenes que la semana anterior se habían dedicado a retar al virus se habían vuelto centro de contagio para quienes los rodeaban.
Es decir que hoy, 8 de mayo del 2020, cumplo exactamente dos meses en cuarentena. Dos meses sin salir de mi casa más que a hacer las compras necesarias. Dos meses de no viajar, de no ir a la oficina, de no ver a un solo miembro de mi familia, sin mencionar a mis amigos. Hoy, se cumplen dos meses desde que mi vida dio un giro de 180 grados, mismo giro que no considero vaya a regresar pronto a cero.
Mi residencia actual se sitúa en la cima de un cerro, y podría entonces escribir cómo el aislamiento social me ha vuelto una especie de mal prólogo a la historia de El Resplandor (“The Shining” de Stephen King, 1977). Podría relatarle detalladamente al lector la montaña rusa de emociones experimentadas que varían entre la desesperación, la histeria, la frustración, la impotencia, la depresión y, peor, la completa apatía.

Podría centrarlo en las incontables veces que maldije a China, o me mordí la lengua cuando me preguntaron cómo me sentía, pensando que una política de completa honestidad no ayudaría a mantener la tranquilidad de mis seres queridos. Podría asimismo resumir la soledad y el pánico como secuela al encierro, y cuántas veces me pasó por la mente que, aunque la tecnología de la comunicación avanza día con día a paso agigantado, nada material le gana a una conversación en persona.
Pero he decidido que ese no es el norte de mi rosa de los vientos. Prefiero, por sobre todas las cosas, que quien lea mis palabras se quede con una lección aprendida, más que con un sentimiento de identificación. Elijo, conscientemente, el comentario “interesante aprendizaje”, al “te entiendo”. Así que, sin más preámbulos, presento a continuación, y a quien interese, una lista detallada de cada una de las cosas que la cuarentena en Italia me ha forzado a aprender:
- Más que el diablo, es la felicidad la que reside en los detalles: me bastó una pandemia global para darme cuenta de que estoy rodeada de gente maravillosa. Podré estar físicamente sola, pero aprendí a apreciar los “¿cómo estás?” ocasionales por mensaje de texto, las llamadas y largas conversaciones, y hasta las peleas. La felicidad no es entonces sólo una cuestión de decisión, y definitivamente no es una constante. Es una variable, que muta constantemente, y depende a la máxima potencia de actitud y circunstancia. Espero que el lector haya entendido, durante su propia cuarentena, que lo material va y viene como yo-yo, pero las relaciones interpersonales son para siempre.
- No es por mí, es por ti: vivir en sociedad es un sinónimo de cooperación, lo cual entraña indirectamente el hecho de que cualquier acción personal lleva a una reacción social. En el momento en el que subieron drásticamente los contagios en Italia, se hizo presente el temido acaparamiento de víveres. Las mascarillas y el alcohol en gel se acabaron en cuestión de días; no había farmacia en mis cuarenta kilómetros a la redonda que aún tuviera existencias de estos artículos. Pero, ¿de qué nos sirve protegernos excesivamente a nosotros mismos, si los demás no están protegidos también? ¿De qué nos sirve que todos los lugares públicos estén cerrados si seguimos haciendo reuniones sociales en nuestras casas, aumentando la probabilidad de contagio de todos? No es por mí, es por el bien de todos los que me rodean.
- La Torre de Babel no se construyó en un día, pero sí le tomó esa misma cantidad de tiempo para destruirse: no se trata sólo de constancia y disciplina, sino que lo primordial está en la voluntad. Es difícil de encontrar y fácil de perder, sobre todo si la órbita gira entorno al análisis personal. Como meta de cuarentena, decidí hacer un análisis personal de todos mis defectos y problemas. Erróneamente, compilé una larga lista de todo lo que odio de mí, al mismo tiempo que me proponía formas de trabajar en ello diariamente. Ya desde el diseño de tal Torre de Babel, las cosas empiezan mal, porque resulta que me propuse metas inalcanzables. No puedo “arreglar” todo lo que está mal en cuestión de días, y sólo después de deprimirme (y de paso tirar la toalla) al darme cuenta de que el cambio no era palpable, entendí que es un trabajo para toda la vida. Lo que sea que emprenda el lector como meta personal en esta cuarentena, espero tenga siempre en mente que el planteamiento inicial es igual, sino más importante, que el resultado final. Lo que empieza bien, termina bien.
- Pandemia como método de análisis antropológico: lo primero que se acabó en los supermercados italianos no fue el papel de baño ni la comida enlatada. Fueron la pasta y la harina. Posiblemente en este punto esté desvariando un poco, pero considero un tanto divertido cómo el concepto de “necesidades básicas” varía de la mano de las distintas culturas, aunque las reacciones a la pandemia fueron las mismas. Seremos muy distintos en cuanto a cultura, geografía, religión, historia y educación, pero en el fondo parece que compartimos entre nosotros más de lo que creemos. Una vez entendemos que entre nosotros somos uno, actuamos tanto en nuestro beneficio como en el de los demás.
- No porque los demás estén haciendo ejercicio, quiere decir que tú estás gordo: no porque los demás hagan cosas que al lector puedan parecerle productivas, quiere decir que en su cuarentena está perdiendo el tiempo. Cada uno tiene un concepto de productividad distinto, y en estresarse al ver que los demás se la pasan ejercitándose, aprendiendo algo nuevo o mejorando sus habilidades está la verdadera pérdida de tiempo. Querido lector, no cometa el error de creer que usted no está haciendo nada por usted mismo o por los demás en esta cuarentena. El simple hecho de permanecer en su casa sin exponerse a riesgos mayores es, ya de por sí, más que suficiente.
- Esto, también pasará: una traducción directa a la frase en inglés “this too shall pass”, extraída de, en mi opinión, uno de los mejores cuentos cortos jamás escritos. A continuación, un resumen de este: en un pueblo lejano, un rey le puso como condición a su hijo que, para él obtener la corona, tenía que ir a la guerra y conquistar el territorio aledaño al suyo. El hijo, al hacer lo que su padre pidió, fue apresado por sus enemigos durante mucho tiempo. Su padre le envió entonces una nota que decía “esto, también, pasará”. Al ser finalmente liberado de la prisión y retornar a su pueblo, el heredero se convirtió en rey y sus súbditos celebraron día y noche el evento. Entre el júbilo y la alegría, el padre le recordó a su hijo que ese momento también pasaría. A lo que me refiero es que, así como no hay mal que dure cien años, los momentos que ahora tenemos para estar con nuestros seres queridos también pasarán. Aprovechémoslos.
Me gustaría finalmente dejar al lector con la mayor lección que he aprendido durante la crisis: despacio, que se llega más rápido. Así de fácil escribirlo, así de simple leerlo, así de sencillo recomendarlo, pero extremadamente difícil de implementar. No desespere. No estamos en el mismo barco, pero sí en la misma tormenta. Es fácil sentir que el tiempo no pasa si nada a su alrededor se mueve, si los cambios ya no se viven a través del tráfico, la oficina o los estudios. Sea, entonces, su propio motor de cambio.
En todo caso, y si todo falla, comerse un Snickers nunca está de más.
Me siento en la obligación moral de presentarme ya que tú también lo has hecho en esta entrada. Hola Aly, mi nombre es Alba, como tú desempeño un trabajo serio en el medio tiempo y el restante lo gasto saciando mis necesidades de escribir. Soy fanatica de la novela detectivesca y de las películas de terror, te admiro por vivir en Italia, el segundo país que más captura mi atención en el mundo y digo el segundo por qué España está en primer lugar.. pues bien, hechas las presentaciones quiero decirte dos cosas, en primer lugar, es un interesante aprendizaje el que aquí dejas y en segundo… Te entiendo muy bien, a pesar de lo cliché que es esta frase. Justo hace unos días intenté escribir una entrada sobre mis emociones desbordadas en esta pandemia del infierno, pero te digo una cosa?, en mitad del escrito me solté llorando e hice a un lado la computadora, quien sabe, quizá la escriba luego o quizá es que aún es doloroso, sin embargo al leerte, experimente la sensación de leerme a mi misma, ponías en este espacio la descripción perfecta de como me siento, también he pasado por un sin número de emociones que a veces pienso que me estoy volviendo loca y también pienso que la peor de todas esas emociones es la apatía, porque estoy llegando al punto dónde todo me vale, y eso no está bien, tengo la suficiente conciencia social como para saber que no está bien y que dejarle paso a la apatía es perder la batalla con el virus. Aprecio mucho las lecciones que has aprendido ante está situación y te agradezco que nos las compartas a la comunidad Bloguera, he asentido con la cabeza en diversos puntos porque caray, reconozco ese mismo aprendizaje, aunque no lo hubiese notado antes. Me ha hecho gracia que en Italia se acabará la harina y la pasta, por suerte en México no vivimos tal situación, porque si se acaba el picante, entonces ahí si todo se nos va al carajo. En fin, me ha gustado tanto tu entrada que ahora mismo quiero mirar un poco tu blog y seguirte. Te envío un abrazo en la distancia deseando que el caos pase, y que la fuerza para levantarnos sea grande. Besos desde Chihuahua, México.
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