Quienes pretendan tomar roles protagónicos hacia un cambio positivo, deberán reconocer y construir sobre los requerimientos fundamentales para el progreso: el imperio de la ley, la libertad individual y el libre mercado, en contraposición a las terribles doctrinas ideológicas que nos han mantenido sumidos en el subdesarrollo.
Adolfo Urquizo
El mundo siempre ha sido un lugar de incertidumbre. Sin embargo, el 2020 nos ha sintonizado a todos en una misma nota negativa sobre los cambios y sucesos que se han dado en el año. Para algunos pensadores, estas conmociones que compartimos mundialmente sin fronteras son los dolores de crecimiento de una sociedad conectada, avanzando en su desarrollo hacia una civilización globalizada y que debe resolver los problemas del pasado para avanzar.
Bolivia, aunque parezca desconectada del acontecer global, puede estar mostrando las primeras señales de dicha evolución en la manera de pensar de sus ciudadanos, en la que adoptan de forma generalizada aquellos valores fundamentales para el desarrollo de cualquier civilización mínimamente próspera. La intención hoy es dirigir nuestra atención sobre algunos elementos que pueden indicar que finalmente como sociedad estamos listos para adoptar estos ideales, los principios de una sociedad libre.
Hace un par de semanas, Bolivia festejó su aniversario de fundación como república entre el drama sanitario, confusión política y desmanes sociales que se asemejaron a un flácido intento de golpe de Estado organizado por el Movimiento al Socialismo. Si bien el panorama puede verse sombrío, algunas actitudes por parte de la sociedad civil señalan un cambio positivo con respecto a la historia de dictaduras y populistas que han gobernado al país.
El elemento inicial, y a su vez fundamental, en la narrativa actual de Bolivia es la renuncia de Evo Morales, luego del fraude en las elecciones de 2019. Un suceso caracterizado por el protagonismo de la sociedad civil y una ausencia de perfiles políticos a la cabeza del proceso. Este primer hecho refleja no solo la capacidad de generar una causa potente entorno a la defensa de las libertades civiles, sino también el de hacerlo de forma descentralizada y ajena a una agenda partidista. Si bien hubo partidos beneficiados en el proceso, es innegable que fueron tangenciales a éste y no dueños del movimiento.
Un segundo indicador fue la capacidad de concordar en un proceso de transición de forma pacífica. Si bien puede parecer elemental, quien conozca la historia de Bolivia comprenderá que la belicosidad siempre está presente de la mano de grupos corporativistas, y el conflicto ‘’a dinamitazos’’ constantemente está sobre la mesa. Esta capacidad la destaco basándome en el rechazo generalizado de la población a los núcleos extremistas que sí intentaron mantener una posición violenta los días posteriores a la renuncia de Morales.
Finalmente, y como catalizador de esta renovada actitud, está la posición unánime contra el intento desestabilizador del Movimiento al Socialismo en semanas recientes. Dicha maniobra quedó evidenciada como un intento para acceder al poder mediante la convulsión social, pero que no fue aceptada por la sociedad, como en años previos al ascenso de Morales. Nuevamente sorprende una respuesta de sectores sociales por primera vez, haciendo responsables ante la ley a los dirigentes de la desestabilización, no solo por las pérdidas económicas sino también de vidas humanas a causa de los bloqueos.
Estos elementos pueden sonar como una respuesta natural para observadores externos, pero más bien representan una contraposición a la historia reciente del país y significan por primera vez una oportunidad verdadera de cambio estructural. Demuestran, por un lado, una sociedad más distanciada de la violencia como método de resolución de conflictos. Por otro lado, señalan una oportunidad para la divulgación y propuesta de nuevos proyectos de país ante una sociedad que tuvo suficiente del autoritarismo socialista.
En un país que adolece crónicamente de institucionalidad extractiva y donde el Estado es un instrumento de dominación sobre las minorías, es utópico imaginar un giro de 180 grados hacia los valores liberales que han llevado a otras naciones al progreso. Sin embargo, estas claras muestras de un cambio en la actitud en los individuos abren la puerta a poner en la mesa nuevos principios sobre los cuales construir el futuro del país.
Quienes pretendan tomar roles protagónicos hacia un cambio positivo, deberán reconocer y construir sobre los requerimientos fundamentales para el progreso: el imperio de la ley, la libertad individual y el libre mercado, en contraposición a las terribles doctrinas ideológicas que nos han mantenido sumidos en el subdesarrollo. De lo contrario, recaeremos nuevamente en los ciclos autodestructivos que se repiten históricamente, tanto con caudillismos políticos como con crisis económicas.
Al final del día dependerá de la capacidad de los bolivianos de decidir si la libertad es un camino para el que estamos listos o si la responsabilidad individual es aún una píldora difícil de tragar.
Adolfo Urquizo es arquitecto por la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra y cuenta con especialización en Project Management. En la actualidad trabaja como arquitecto independiente y se enfoca en la investigación para el desarrollo de ciudades privadas. De igual forma, es parte del Staff de Students for Liberty como Asociado de Liderazgo para Latinoamérica.
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