Lo que el espectador colige al final del documental es que las redes sociales deben manipular y, además, para poder salvar y proteger la democracia, deben manipular en la dirección correcta, que no es otra que limitar los mensajes de la derecha cultural y potenciar los de la izquierda, hasta que todos hayamos sido salvados y preservados.
Valentín Navarro Caro
Estas Navidades he aprovechado el (escaso) tiempo libre para ver algunos documentales de esos que han dado que hablar durante el año. Uno de ellos ha sido, sin duda, “El dilema de las redes”, que produce y distribuye ese paladín de lo políticamente correcto que es Netflix.
El documental dura algo así como 90 minutos, de los cuales son prescindibles la cuarta parte de los mismos. Y no es solo que, como casi todo lo que se produce en la actualidad, este sea un producto sobrevalorado, torpe, maniqueo y con una narrativa saltuaria, es que no hay en él ninguna idea que sea original.
Toda la primera parte es una mezcla entre el Homo videns, de Sartori (muy mal entendido), y una yuxtaposición atropellada de tópicos ya manoseados hasta la saciedad y que se reducen a lo siguiente: las redes sociales, todas ellas, no son más que un oscuro producto del capitalismo, cuyo único objetivo es tomar tus datos para venderlos a malvadas empresas de publicidad y que estas usarán para endilgarte productos que no necesitas. No están ahí para que puedas subir tus fotos y contactar con tus amigos – ¿alguien lo dudaba? –. No. Lo único que buscan es convertirte en un producto de mercado. El capitalismo lo ensucia todo. No lo olvides.
Cuando uno ya cree – más o menos a mitad del documental – que éste no da para más, aparece la segunda idea que machacan de forma insistente: el avieso algoritmo que rige cada una de las redes sociales tiene como único objetivo dejarte pegado a la pantalla. Para ello, continuamente te ofrecerá nuevos contenidos acordes a tus patrones de búsqueda. Esto no solo favorece a las pérfidas multinacionales capitalistas, sino que – y he aquí la que prima facie parece la tesis del documental – tiene una notable incidencia en la vida política y social. Me explico: como el algoritmo solo te ofrece lo que (según él) quieres ver, te mostrará contenido relacionado únicamente con tu ideología política, lo que acabará ideologizando y polarizando a la sociedad.
Llegados a este punto, uno puede creer que hay “salvación” para el documental, hasta ese momento plano y predecible. ¿Es posible que todo esto sea, en realidad, un alegato en favor del pluralismo ideológico y del pensamiento crítico? ¿Terminarán postulando que se utilice Internet y todo lo que él ofrece para enriquecer y ampliar nuestros esquemas mentales? Demasiado bonito para ser verdad. No. El verdadero dilema de las redes, según se colige de los últimos 15 minutos de documental, no es que manipulen, sino que no manipulan en la dirección correcta.
En ese último tramo aparece un grupo de “expertos”, todos ellos antiguos directivos de empresas tecnológicas, contritos y arrepentidos, que, después de asegurar fehacientemente que las redes tienen un amplio potencial de manipulación, en lugar de condenarlo sin reservas y alertar sobre su uso, señalan que dicho poder debe ser encauzado en la forma adecuada. ¿Y cuál es la forma adecuada? Pues no cabe duda: la de la izquierda progresista.
Así, si el algoritmo te ofrece contenidos que cuestionan el movimiento Black Lives Matter, o la ideología de género, o la victoria electoral de Biden, el algoritmo está mal y es un peligro para la democracia. Debe ser regulado y limitado. Ahora bien, si te ofrece vídeos, publicaciones, libros… que te lleven a votar a partidos de izquierdas y a implicarte socialmente en la lucha de las sedicentes minorías oprimidas, entonces es correcto y debe ser potenciado.
Lo que el espectador colige al final del documental es que las redes sociales deben manipular y, además, para poder salvar y proteger la democracia, deben manipular en la dirección correcta, que no es otra que limitar los mensajes de la derecha cultural y potenciar los de la izquierda, hasta que todos hayamos sido salvados y preservados.
Más allá de la ironía de que una plataforma que vive de tener a la gente pegada a la pantalla critique la existencia de algoritmos siniestros dedicados, precisamente, a tener a la gente pegada a la pantalla, el mensaje que se transmite es desalentador y supone la vuelta al estado de infancia del que habla Kant en su opúsculo ¿Qué es la Ilustración? A los creadores de este producto no les gusta la gente adulta (en el sentido intelectual del término), libre e independiente. Nos ven como pequeños infantes que, incapaces de decidir por sí mismos qué es lo conveniente, necesitan ser tutelados continuamente, incluso en sus momentos de ocio, por un guardián invisible que les ofrezca – subrepticiamente – el contenido que deben consumir para ser buenos ciudadanos. La obra de ingeniería social es paladina y notoria non egent probatione.
No debemos atrevernos a pensar por nosotros mismos. Ni romper los lazos que nos unen a aquellos que quieren imponernos sus lógicas y razonamientos. Eso es peligroso para los planificadores. Debemos ser manipulados, por las buenas o por las malas. Y, para ello, el Estado debe poner su poder coercitivo al servicio de dicha manipulación. Así lo afirma uno de los últimos intervinientes, animando a que se creen leyes (¡más leyes! la respuesta de la izquierda a todos los problemas) que permitan eliminar determinados contenidos (liberales, conservadores…) por su potencial peligro para la democracia.
Viniendo de una plataforma que ha dejado de lado el entretenimiento para dedicarse a adoctrinar sin tapujos, el mensaje no sorprende, sino que intriga: los adalides de la democracia y la libertad (así se presentan estos neomarxistoides de salón y iPhone), en el fondo, odian la democracia y la libertad: quieren a la población uniformada y uniformizada, adoctrinada, incapaz de crítica.
¿Qué podemos hacer nosotros, jóvenes inquietos? La respuesta es clara: alentar lo que más temen, el pensamiento crítico, la individualidad y la libertad.
Valentín Navarro Caro es Licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla en el año 2012. Graduado en Derecho por la misma Universidad en 2017 [Premio Extraordinario Fin de Estudios]. Máster de Acceso a la Abogacía. Perteneciente al programa de Doctorado en Ciencias Jurídicas de la Universidad de Bolonia (Italia).
Imagen destacada: Netflix.